A finales del pasado octubre, un pequeño grupo de civiles polisarios cerraron el cruce de Guerguerat, entre Mauritania y los territorios al sur de Marruecos, antiguo Sahara español, por donde circulan cada semana un millar de camiones que transportan mercancías –básicamente frutas y otros alimentos- entre Marruecos y Mauritania. La protesta, mantenida durante tres semanas, había logrado provocar desabastecimiento en Nouadibú y Nouakchott –ciudades muy dependientes del aprovisionamiento de Marruecos– y una creciente crispación marroquí ante el bloqueo de su aduana, considerada por el Polisario como ilegal. En Guerguerat concluyen el territorio bajo autoridad alauita y el muro defensivo de 2.500 kilómetros construido por Rabat para aislar al Polisario. De acuerdo con las resoluciones de Naciones Unidas, Guergerat es un territorio libre de armas, en el que no está permitida la presencia de efectivos militares. El bloqueo civil de la franja montado por los independentistas saharauis fue censurado por la secretaria general de Naciones Unidas y por Francia, dando alas a una intervención marroquí para reabrir el paso fronterizo y crear un corredor de seguridad. El viernes 13, de madrugada, un pequeño contingente de tropas marroquís franqueó el muro de defensa, y estableció una cabeza de puente en Guergerat, abriendo paso a más de 200 camiones retenidos por la acción polisaria. En la operación hubo algún disparo al aíre, pero se permitió que los civiles polisarios abandonaran la zona en sus vehículos, sin reportarse heridos ni detenidos. Minurso no dijo ni pío. Tampoco el Gobierno español. El Polisario sí anunció inmediatamente que la ruptura del alto el fuego por parte de Marruecos suponía el comienzo de la guerra, y ha lanzado desde entonces varios partes bélicos en los que asegura haber iniciado una ‘guerra total’ en la región, bombardeado hasta seis objetivos militares marroquís, y provocado importantes bajas al ejército enemigo. Marruecos no reconoce esas bajas y ha minimizado la importancia de las operaciones, aunque es evidente que se han producido enfrentamientos armados -hasta ahora de baja intensidad-, por primera vez desde que se firmó al alto el fuego de 1991, basado en el compromiso de convocar un referéndum de autodeterminación que –30 años después– es obvio que ni Marruecos tiene intención de permitir, ni la ONU de imponer.

El Polisario es consciente del deterioro de su posición en un contexto internacional cada vez menos interesado en el futuro del Sahara, cada día más proclive a mantener el statu quo en la zona, y ha recurrido a la provocación de Guergerat para situar de nuevo el conflicto en el tablero internacional. Pero esta guerra de ahora no puede ganarla el Polisario, menos sin el apoyo de una Argelia descabezada, con el presidente Tebboume ingresado por Covid en Berlín, y el país sacudido desde el año pasado por protestas masivas e instalado en una crisis económica y política sin precedentes. El objetivo de la demostración de fuerza que ha seguido al bloqueo de Guergerat no es una imposible victoria del Polisario sobre Marruecos, ni siquiera de un recuento de víctimas en que cada víctima marroquí vale cien veces menos que una víctima de la RASD. El objetivo es recuperar apoyo diplomático para la causa de la independencia. Lo que ocurre es que el Polisario ha calculado mal: el mundo de 2020 tiene muy poco que ver con el de hace 30 años. La guerra enardecerá a una generación de jóvenes guerrilleros, pero no cambiará la realpolitik europea en el Magreb. Marruecos ganaría esta guerra incluso en la hipótesis improbable de que su ejército la perdiera.