Siempre recordaré las disputas infantiles en la cancha de fútbol sala del cole. El señor del balón era el sumo pontífice, el único líder capaz de separar lo correcto de lo inapropiado. Era el dueño de los medios de producción. Sin él, desaparecía el deporte entre cursos, porque en la jerarquía de Sexto de EGB el propietario del Etrusco Único era el Florentino del fútbol amateur. Fue el balón oficial de la Copa Mundial de 1990, la Eurocopa de 1992 y los Juegos Olímpicos de ese mismo año. Tenía una capa interna de espuma negra de poliuretano, de tal forma que la impermeabilización era total y la pelota era más ligera y rápida. El iPhone del esférico eterno. Una maravilla que conseguía hacerte mejor que Romario en el competitivo mundo del fútbol escolar. Y luego estaba el Etrusco Primo, la versión menos glamurosa del Unico que tantas carreras truncó en esos coles de barrio. En el rango nobiliario estaban los condes y los duques, aquellos que a falta del monarca ponían a rodar su Mikasa de esferas azules por la pista desnivelada del pequeño Maracaná. Recuerdo a un compañero que su abuela le regaló unas botas Marco y fue capaz de quitarle los tacos para adaptarla al salvaje Oeste de los torneos de la liga de EGB. Yo tenía unos Crube de dos números más, para que me duraran; también unos J’hayber en la recámara. Al fin y al cabo no importaban las formas, lo esencial era el resultado. Podían incurrir en faltas, fueras de juego o penaltis de libro; ellos dictaban y punto. Era eso o ponerte a jugar al baloncesto. Partidos de quince contra quince en porterías reducidas, eso sí que era fútbol. Como los patronos del Etrusco, la proliferación de bulos de cercanía en las redes sociales está alcanzando ya los niveles top de la mezquindad. No son Trump, Bolsonaro o los racistas de ese partido español que bebe de la cantera skin, ahora son tus vecinos, el colega de mi colega y tus amigos. Supone un ejercicio de indiferencia que la evidencia palmaria demuestre que se comieron un fake del tamaño de una portería del Bernabéu: el mensaje ya ha llegado a puerto, que es lo importante. Han logrado aproximar la alarma a tu zona de confort. No es África, los refugiados en Lesbos o los rohinyás . Ahora es nuestra tierra, tu isla y hasta tu barrio; la supuesta invasión dicen que la tienes al lado de casa y, eso, hay que contarlo en el patio del paredón que son las redes sociales. El tamaño de la burrada es lo de menos. Los racistas jubilaron la conjunción “pero” para sustantivar sin maquillaje el pensamiento excluyente; no hay que decorar ni edulcorar su verdad. La última película de serie Btiene como actor principal a nuestra tierra, sin duda, una producción elocuente para no estropearla con la verdad. La trama es sencilla: Un negro asaltando una iglesia en medio de una homilía ante la mirada atónita de los fieles. Con una voz en off narrando las supuestas peripecias contra la normalidad patria por la injerencia extranjera, se creaba el hilo perfecto contra una triste inmigración en las islas que deja cientos de vidas en el mar. Los humanistas que compartieron el bulo, que resultó ser un video grabado en Georgetown, no son analfabetos ni iletrados. Eran los dueños del Etrusco Unico a los que les da igual la veracidad del contenido. Ni se excusaron, soloutilizaronel mantra de “estas noticias no las verás publicadas en los medios convencionales…” Y menos mal. Tampoco reproduzco los comentarios por vergüenza ajena. Son bulos para hacer el mal, esa rabia contenida con el diferente que fluye cuando saben que más de uno piensa como ellos. Sí, es odio, del que se comparte como un virus. Es la versión moderna de aquella señora que preveía en 1979 la invasión comunista y masónica tras la muerte del dictador.Este cúmulo de ficciones están arrojando a las sociedades avanzadas a perder el sentido de la realidad, convirtiéndonos en peligrosos mensajeros. El dueño del Etrusco ya se hizo mayor, pero no se nota.

@luisfeblesc