Las cosas que ocurren hoy nos parecen extraordinarias. El coronavirus. El brexit. El auge de los populismos extremistas de izquierda o derecha. Las crisis económicas... Señales de que estamos al borde de un apocalipsis. Pero si uno echa la vista atrás comprobará fácilmente que no está pasando nada que no haya ocurrido antes.

Nuestros abuelos vivieron una guerra civil en España y dos guerras mundiales. Y varias pandemias mortales, como la mal llamada gripe española. Nuestros padres soportaron la posguerra, una dictadura y un cambio de régimen a la democracia. Y en todo el siglo pasado se vivieron guerras como la de Vietnam o la de Corea o la de Oriente Medio, entre otras muchas. Todo el siglo estuvo presidido por el miedo a un conflicto nuclear que dejaría el planeta sembrado de radiación y a las grandes ciudades del mundo convertidas en hongos atómicos. Creemos que Trump es un anomalía en los EEUU, pero nos olvidamos que vimos por televisión como un tirador asesinaba al presidente Kennedy. Y otro disparaba un revolver contra Ronald Reagan.

A cada generación le toca su cuota de sobresaltos y dificultades. Y sus periodos de crecimiento y prosperidad. Y si hacemos un saldo de lo que es hoy la vida en los países desarrollados -las democracias liberales de mercado- el nivel de bienestar ha aumentado exponencialmente. La esperanza de vida ha crecido de forma espectacular, se han contenido o solucionado enfermedades que antes eran incurables y aunque la lacra de la pobreza sigue existiendo el hambre y la miseria social, en términos generales, ha retrocedido en comparación con otras épocas no lejanas.

Hay gente en Canarias que está despertándose a una realidad que algunos veníamos anunciando desde hace meses. Los que antes te llamaban jocosamente pesimista están viendo por primera vez las orejas de un lobo que ya les está enseñando los dientes. Les fueron dando esperanzas de cosas que no pasaron. No hemos tenido turismo, pese a tanta saliva gastada en balde. Ni lo vamos a tener a corto plazo, en una Europa cuyas principales ciudades parecen cementerios vacíos. Como la piedra que cae en un estanque, este año va a ser un desastre total pero sus peores efectos destructores, las ondas que rompen la superficie tranquila del agua, van a notarse en el primer semestre del año próximo.

Estas islas ya han vivido otros desastres similares. No es la primera vez que desaparece un monocultivo -como la cochinilla a finales del XIX- y destroza la sociedad canaria. Pero no estamos ante un desastre parecido. Esta no es una crisis económica, es una pandemia. El turismo volverá, tarde o temprano. Porque nuestro archipiélago no ha perdido sus ventajas competitivas: clima, luz, medio ambiente, distancia de los mercados y calidad y diversidad de la oferta alojativa. Y podemos prever que ese regreso se producirá de forma paulatina y escalonada en cuanto exista un tratamiento para convertir el coronavirus en otra patología incorporada al catálogo de padecimientos que sobrellevamos con medicamentos y cuando Europa se recupere de los estropicios económicos causados por el maldito virus.

¿Pero cómo aguantará esta sociedad en lo que vuelve nuestro único modo de vida? Canarias necesita un ERTE colectivo. Una financiación que sea capaz de sostener sectores productivos que se pueden desmoronar en los peores meses que están por llegar. Pero no hay plan de rescate para Canarias. Ni se le espera. Y mirar las cuentas públicas, de aquí y de allá, te sumerge en la indignación.

El proyecto de presupuestos del Gobierno de Canarias sube los costos de funcionamiento de la administración autonómica, las retribuciones del Gobierno y altos cargos y los salarios públicos. Es lo mismo que hacen los Presupuestos Generales del Estado. Y no hace falta dar un paso más en la lectura de los tomos, para tener la certidumbre de esta gente vive en una inexplicable burbuja resistente al sentido común.

¿Cómo se pueden subir las nóminas públicas cuando a una enorme cantidad de trabajadores privados les han rebajado los salarios de un 30% a un 50%? ¿Cómo, cuando las familias se han apretado el cinturón para exprimir cada euro? ¿Cómo, cuándo hay miles de personas cobrando un ERTE sin saber si un día podrán regresar a sus puestos de trabajo? ¿Cómo, si las cifras del paro no hacen más que subir y las pymes y autónomos no hacen más que cerrar? No es por el dinero, es por el gesto. Porque si son capaces de hacer eso con la que está cayendo ¿para qué te vas a molestar en seguir mirando nada más?

Tenemos que aguantar vivos un año. Pero ¡lo que hay que aguantar!