Este jueves comprobé en el aeropuerto de Gran Canaria cómo se ha acelerado en las últimas horas el traslado de inmigrantes a la Península. Una treintena de inmigrantes africanos esperaban para ser embarcados, acompañados por policías y miembros de las oenegés. Según una filtración de los sindicatos policiales, el jueves se utilizaron hasta cuatro vuelos diferentes para realizar viajes por grupos. Ayer siguió la cosa, y para hoy se supone que hay programados al menos otros cuatro vuelos más para reducir la presión sobre el muelle de Arguineguín, antes de que llegue a Gran Canaria Grande Marlaska. El ministro viene en visita de inspección, acompañado por la comisaria europea de Interior, Ylva Johansson, que también quiere ver personalmente el estado calamitoso de la cosa, lo que hace el Gobierno para mejorar las condiciones de los miles de emigrantes irregulares que han arribado en estos últimos dos meses a las islas.

Dicen que nunca es tarde si la dicha es buena, que es mejor tarde que nunca, pero resulta grotesco esta suerte de Bienvenido míster Marshall que la Delegación del Gobierno está montando a toda prisa para que el ministro y la comisaria se encuentren con una situación más desahogada, para que no tengan que ver con sus propios ojos la degradación humana y la desatención sanitaria que sufren miles de personas. Los traslados a la Península deberían haber comenzado hace ya meses. Parece un poco casposo que se produzcan esos traslados -reclamados con insistencia por las autoridades Canarias- sólo ahora, cuándo viene el ministro responsable.

Y es que nadie parece asumir la necesidad de afrontar lo que ocurre. El Gobierno parece más interesado en crear su Ministerio de la Verdad para decidir lo que es verdad y lo que es mentira, o en liquidar definitivamente el español en los colegios de Cataluña para contentar a sus socios independentistas, que en resolver los problemas reales a los que se enfrenta. Para los problemas, parcheos, y más parcheos: el alcalde de La Laguna, Luis Yeray Gutiérrez, confirmaba hace un par de días en declaraciones a la radio -con evidente desasosiego- que nadie se ha puesto en contacto con él para estudiar el asunto del cuartel de Las Canteras, cuya cesión por Defensa para acoger a un millar de inmigrantes, reveló el ministro de Migraciones, José Luis Escrivá, en su visita a Canarias de hace un mes. Escrivá reconoció entonces la falta de plazas de acogida en Canarias y explicó que la cesión del acuartelamiento serviría para cubrir la escasez. Pero el alcalde lagunero asegura que no ha recibido ni siquiera una llamada telefónica para tratar el asunto. El cuartel no está en condiciones operativas, necesita una puesta a punto, y nadie se ha dirigido al ayuntamiento no ya para pedir la preceptiva licencia de obras, siquiera para tantear una posible colaboración municipal, o informar de algo. "Nada de nada", dijo el alcalde. Y dijo la verdad. Desde aquella televisiva declaración de intenciones que fue recoger en Valencia a los seiscientos pasajeros del Aquarius, nada de nada es lo que al Gobierno parece importarle la crisis humanitaria de la inmigración, la deriva en el Magreb, el colapso de los servicios de acogida en Canarias, la situación inhumana que sufren miles de personas desesperadas amontonadas en Arguineguín. Hasta que llega míster Marshall y entonces esconden el problema. Es patético.