Decía Alfonso Guerra, “el PP está viajando hacia el centro político desde hace muchos años. ¿Desde dónde vienen que tardan tanto?” Se podría aplicar el mismo sarcasmo a esa frase que algunos llevamos oyendo sonar casi toda nuestra vida: “hay que diversificar la economía de Canarias”. Llevamos cuarenta años diciéndolo, pero durante todo ese tiempo hemos hecho exactamente lo contrario.

Si alguien que mide un metro y sesenta centímetros nos dijera que quiere ser jugador de baloncesto probablemente le aconsejaríamos que pensara en otro deporte. Porque las características físicas a veces determinan lo que puede ser y lo que no. Canarias carece de materias primas, de recursos naturales y suelo abundante y es un archipiélago lejano de sus mercados. Pensar aquí en crear industrias potentes o en convertirnos en una potencia agrícola es tan razonable como esperar que nos toque el gordo de la lotería de Navidad sin comprar ningún décimo.

Hace muchos años, las islas tuvieron que tomar una decisión. Durante décadas habíamos vivido de las libertades comerciales y las exenciones al consumo. Pero cogimos una pala de oro y enterramos los puertos francos, que ya habíamos recortado con el REF de 1972. Y lo enterramos bien hondo. Establecimos una economía subsidiada con fondos europeos y estatales. Nos llegaba un río de pasta en fondos del Feder, del Feoga, del Rea, de incentivos regionales, de subvenciones a la producción de energía eléctrica y al transporte de viajeros y mercancías. Teníamos ayudas al plátano y al tomate. Y un impuesto para proteger a la industria local; o sea, para blindar el mercado interior que es el único que teníamos.

No pensamos hacia afuera, sino hacia adentro. Pedimos que nos reservaran el mercado peninsular para el plátano. Y todos contentos. Y la agricultura y la industria se dedicaron a vender a los dieciséis millones de turistas que venían cada año. Esa fue nuestra diversificación. Nos diversificamos en el monocultivo. Muy surrealista y muy macarronésico.

La balanza comercial de Canarias -la diferencia entre lo que exportamos y lo que importamos- anda por los doce mil millones de euros en negativo. Compramos más que lo que vendemos. Y en ese ensimismamiento solo nos han salvado los miles de millones que moviliza el turismo, que ha sido nuestro primer sector de éxito y el único que nos ha mantenido en pie. La segunda gran industria de Canarias ha sido la extractiva: es decir, la pasta gansa que hemos sacado con la llorera ultraperiférica y discapacitante ante Bruselas y de Madrid.

¿Y qué es lo que está pasando ahora? Que vienen curvas. Que el turismo se ha marchado. Y que ante las dificultades económicas, el Estado y la UE están cerrando el grifo. O sea, se nos han agrietado nuestras vías de financiación. Y como vemos las orejas del lobo, volvemos a descubrir que Canarias necesita diversificarse. Y lo decimos en unas islas donde hace poco rechazamos inversiones en centrales de gas, en complejos hoteleros o en industrias lesivas para los escarabajos autóctonos. Yo no sé ya si llorar o descojonarme. Mejor lo segundo.

El recorte

Van a entrar en tu casa. Cuando existe abundancia de alguna cosa, lo normal es que baje su precio. Y cuando el bien es escaso, su precio tiende a subir. Así funcionan los sencillos pero efectivos mecanismos de la oferta y la demanda. Son esos contrapesos los que han convertido a los países occidentales en los más desarrollados del mundo y con un sistema de libertades protegidas por las leyes. Pero en algunas democracias liberales se ha inoculado un virus casi tan peligroso como el Covid-19. Los herederos del viejo comunismo han vuelto. Después de lamerse las heridas regresan los que gritan “más Estado y menos mercado”. La última ocurrencia de estos herederos de la “izquierda verdadera” es la intervención en el precio de los alquileres. Dentro de unos meses un funcionario del gobierno te dirá a qué cantidad máxima puedes alquilar tu casa. Ya no será un libre acuerdo entre arrendador y arrendatario. Porque eso es mucho más sencillo que construir viviendas públicas y ponerlas en el mercado para contribuir a bajar los precios. Hoy empezarán por imponerte a qué precio debes alquilar tu casa y mañana te obligarán a hacerlo, cuando esté vacía. Porque el final de este viaje es que el Estado, o sea, los gobiernos, se conviertan en los dueños de todo y los que lo disponen de todo, incluida tu libertad. Un modelo de intervención que presenta éxitos sociales y económicos tan sonados como los de Corea del Norte, Afganistán, Cuba o Venezuela. Se ve que el ser humano es el único animal que tropieza dos veces con la misma ideología. Y no aprende.