Se equivocan quienes interpretan que la moción de censura de Vox ha sido un fiasco. Presentan como un descubrimiento que el PP ha roto con quien nunca estuvo unido (porque el primer adversario de Casado no es el PSOE, sino Vox). Pero desprecian que Abascal consiguió justo lo que pretendía: una tribuna publicitaria para reforzar su mensaje a los suyos; confrontarse a cara de perro —el único rostro visible de la política española— con los líderes de la izquierda y vender la mercancía populista de crecepelos milagrosos y verdades como puños a una ciudadanía muy cabreada. Un gran mitin electoral, retransmitido por televisión y financiado con fondos públicos. Ya me dirán si puede venderse todo esto como fracaso. Novedades hubo pocas. El presidente del Gobierno demostró en el debate una de ellas y no poco importante: su mala educación política empieza a rozar la estratosfera. Marcharse del hemiciclo cuando estaban interviniendo portavoces de otros grupos -algo que también hizo Rajoy y le pusieron a parir desde el PSOE- demuestra que se ha vacunado exitosamente contra la cortesía parlamentaria. En el resto de la sesión, Sánchez estuvo en su papel: pastorear el rebaño de la izquierda que, por ser eso, o sea izquierda, está moralmente muy por encima del fascismo facineroso. Aunque la izquierda también haya sostenido dictaduras, campos de exterminio y regímenes donde la libertad fue borrada a punta de bayoneta.

Pero eso a Sánchez no le impidió presentar a la ultraderecha actual como heredera de los crímenes del franquismo. Como tampoco le impidió a Abascal presentar a la ultraizquierda como la heredera de un comunismo asesino. Los dos se dedicaron a ganar retrospectivamente la Guerra Civil del 36. Así se pasaron horas, con el cogote girado hacia el pasado, como si el futuro les diera grima y el presente cansancio. Y hasta sacaron de paseo el nombre de Hitler, asunto que se contempla en la Ley de Godwin, cuyo único y contundente postulado dice: "A medida que una discusión se alarga, la probabilidad de que aparezca una comparación en la que se mencione a Hitler o a los nazis tiende a uno". Es un momento, por cierto, en el que se recomienda abandonar inmediatamente la conversación. Ellos, naturalmente, no la dejaron. Porque era muy importante. Mientras una señora mayor hurgaba en las bolsas de la basura de un céntrico supermercado de Santa Cruz, intentando rascar algo, sus señorías sobrevolaban importantes cuestiones de la metafísica ideológica. Se movían entre las nieves perpetuas, en las alturas del intelecto político contemporáneo. Un olimpo tan alto y lejano que nada tiene que ver con el día a día de las familias que ven cómo no llegan a fin de mes.

Con razón la Mesa de ese mismo Parlamento había decidido subir los sueldos a sus señorías. Con el talento que tienen para rajarse las tripas merecen cobrar más de los escasos cinco mil euros mensuales con los que malviven. A Vox le leyeron la cartilla de los crímenes del franquismo. Abascal le recitó a la portavoz de Bildu la lista de los nombres de los ochocientos asesinados por ETA. Pedro Sánchez le pidió a Casado que rompa con la ultraderecha. Casado le pidió a Sánchez que rompa con la ultraizquierda y los independentistas. Abascal les pidió a todos una España non plus ultra, grande y libre de inmigrantes y rojos. Y Pablo Iglesias, que siempre que se cabrea pone voz de franciscano con horquitis severa, se olvidó de sus recuerdos de la cal y viva y avisó a los fachas que el macho alfa va a por ellos.

Y mientras todo eso ocurría dentro del solemne y carísimo hemiciclo, corazón del pueblo parado, Benavides y Malospelos, los dos leones que están a la puerta del Parlamento, se perdían en siniestros pensamientos recordando que ellos, como los diputados, están hechos del bronce de unos cañones de una guerra que, como todas, al final terminamos perdiendo. Uno de los dos leones, por cierto, nunca ha tenido testículos. Justo lo que le sobra ahora mismo a este jodido país, que siempre ha tenido más vísceras que sesos.