El último, que apague la luz. Parece que estamos en un concurso para ver quién es más animal y más irresponsable. El Parlamento español es un reality con insultos, posturitas y miradas de odio. Como ya pasó en el pasado, la mitad de este país quiere tirar a la otra mitad a un pozo muy profundo. Y como el futuro no nos interesa, nos estamos especializando en escarbar en el pasado. Dicen que buscando la memoria de las víctimas. Pero con los huesos también desentierran el odio.

Una de las diputadas más radicales de Vox, Rocío de Meer, ha dicho en Canarias que se está produciendo una invasión. O sea, que los subsaharianos nos comen por las patas. Es como lo que decían nuestros abuelos: “Un día el rey de Marruecos nos mandará miles de marroquíes para que se establezcan aquí. Y conquistarán Canarias sin disparar ni un tiro”. De Meer se equivoca. Como nuestros abuelos. Los que de verdad nos invadieron fueron los italianos, los alemanes y los británicos que se han quedado a vivir aquí.

Madrid ha decidido que confinar a los inmigrantes en las islas es una excelente solución para quitarse un problema de encima. De aquí no se pueden ir a ningún sitio. Somos la cárcel perfecta. Y solo la estupidez crónica o la obediencia ciega impide que los políticos de las islas perciban el cinismo con el que los ministros de Madrid dicen que “todo está funcionando perfectamente bien” y que se ocuparán del asunto de Canarias. Pero no lo harán.

Enviar a los inmigrantes a los hoteles ha sido una excelente campaña de publicidad para estimular más llegadas, que colapsarán la capacidad de tramitar las devoluciones en el tiempo regulado legalmente. De momento la estrambótica medida ha permitido a Vox presentar imágenes de inmigrantes entrando en el comedor de un hotel y compararlas con las de ciudadanos españoles acudiendo a un comedor social. Demagogia, pero real como la vida misma.

Los hoteles cerrados y el ocio desaparecido son los clavos del ataúd de miles de familias en las zonas turísticas de Canarias. Esas donde se produjo la mayor explosión demográfica en las islas. Donde nacieron las grandes ciudades dormitorio para la mano de obra que atrajimos de todo el mundo. Decenas de miles de trabajadores vinieron como polillas a una luz que se acaba de apagar. Así que, de paso que en nuestra generosa alma germina la preocupación por esos miles de africanos que llegan huyendo del hambre, tal vez también deberíamos dedicar un rato a las decenas de miles de canarios que vamos a palmarla.

El Comité Europeo de las Regiones ha lanzado la pasada semana una seria advertencia: Canarias se enfrenta a una crisis social sin precedentes. Una que pone en riesgo la estructura del bienestar en nuestra sociedad. O sea, lo que algunos venimos predicando desde hace meses en el desierto de la ilimitada incompetencia de nuestros gobernantes, que no han hecho absolutamente nada. Ni siquiera ver que nos hundimos. Solo lo descubrirán cuando sea tarde.

El recorte

Y nadie hace nada. Hay decenas de miles de personas, inmigrantes laborales, que viven en las ciudades dormitorio que rodean las zonas turísticas. Hoy malviven con ayudas, salarios recortados o ERTE en una situación que les conduce a la miseria. No tienen arraigo familiar en las islas, por lo que están inermes ante el peligro de una recesión que amenaza con convertirse, el año que viene, en la boca de un lobo con los dientes afilados. Estamos perdiendo el tiempo haciendo la cuenta de la pata con planes que son una ficción. Sin economía no hay ingresos. Sin trabajo no hay vida. Ni siquiera los salarios públicos están a salvo del hundimiento. Los meses siguen pasando y nuestros gobernantes se empeñan en no reconocer una realidad que les supera. A fecha de hoy no se sabe cuánta financiación extraordinaria comprometerá Madrid con Canarias. Las colas en los comedores sociales se multiplican. Y las familias estiran los últimos ahorros esperando un milagro -el turismo- que no llega ni va a llegar. Las cifras del coronavirus se disparan por toda Europa. Los inmigrantes colapsan la capacidad de acogida de estas islas. Todo parece un desastre por la sencilla razón de que lo es. Estamos afrontando los mayores retos de nuestra vida con la peor clase política de nuestra historia. Y la luz que algunos ven al final del túnel es solo un tren que viene en dirección contraria.