Aún recuerdo con emoción -se me saltan las lágrimas- cuando los alcaldes del Sur, cabreados, denunciaban el estado de las carreteras y que no se habían hecho las grandes vías que necesita Tenerife. Los habitantes de la comarca lloraban por el cierre del anillo que dormía la siesta en la burocracia de Mordor. Ha pasado el tiempo, han cambiado los gobiernos y las grandes carreteras siguen sin estar. Y lo que es peor, el lamentable estado del, pavimento de lo que llamamos autopista del Sur (en la Península se mearían de la risa con ese apelativo) hace que en vez de saltársenos las lágrimas se nos salten los empastes de las muelas. Los concursos para arreglar el firme deteriorado ya están adjudicados (alguno de ellos, por cierto, con aires de polémica). Pero debe ser que están esperando a alguna fecha señalada como navidades, para que coincidan las obras con los momentos de máximo tráfico. No sé cuántas veces se han repavimentado las carreteras. No sé cómo lo hacen, pero al poco tiempo hay que volver a meterles mano. Y así vamos. Con una isla llena de coches que circulan por vías infames. Con grandes obras para nuevas carreteras que se eternizan en el tiempo. Y con el anuncio de un tren que los alcaldes no quieren. Lo nuestro es el piche. Y las adjudicaciones. Menos mal que con la crisis económica y la pérdida del turismo dentro de poco nadie tendrá dinero para gasolina y nuestras carreteras -repavimentadas- serán como pistas de carreras para los tres o cuatro ricos que se lo puedan permitir.