Imagine que usted, una concejal que acaba de firmar un pacto con una fuerza mayoritaria sin autorización de su partido, recibe en el reparto del pastel, entre otras delicias y confites, la Concejalía de Cultura. Usted no tiene puñetera idea del asunto: ni dispone de un análisis de la situación cultural de su municipio, ni ha pensado cinco minutos en un proyecto cultural para su ciudad, ni sabe en qué consiste una gestión cultural profesionalizada, ni en su cerebelo puede encontrarse un miserable bit de información sobre la historia de la capital. Pasan los meses de dolce far niente y una mañana repara usted en el que el Organismo Autónomo de Cultura carece de gerente, en realidad, desde hace un lustro largo, porque antes que usted ocuparon su poltrona individuos que no tenían ni puñetera idea del asunto. Así que convoca usted la plaza, sin muchas prisas, no nos vaya a provocarnos un infarto o sacarnos arrugas.

Pero hete aquí que se produce una moción de censura en el ayuntamiento gracias al pacto de una concejal con una fuerza mayoritaria sin autorización de su partido y otra edil es designada concejal de Cultura. No tiene ni puñetera idea del asunto: ni dispone de un análisis de la situación cultural de su municipio, ni ha pensado cinco minutos en un proyecto cultural para su ciudad, ni sabe en qué consiste una gestión cultural profesionalizada, ni en su cerebelo puede encontrarse un miserable bit de información sobre la historia de la capital que vuelve a gobernar su fuerza política con el mismo desprecio militante hacia la creación y la difusión culturales, con el mismo satisfecho abandono de una defensa activa y diligente de su patrimonio histórico que la ha caracterizado en los últimos lustros. Es verdad que la concejal sabe de murgas y comparsas y apoteósicos desfiles carnavaleros, pero este denso bagaje político y administrativo tal vez baste para ganar al Trivial Pursuit, pero no para promover el tejido empresarial y cualificar la oferta cultural de una de las capitales de Canarias.

En esta isla te encuentras con concejales que practican una suerte de populismo tardofranquista. Se saben criaturas semidivinas, pero en su fuero interno son tan humanas, tan sencillas, tan de todos los días, que están dispuestas a hablar con los seres humanos, generalmente, para despreciar sus opiniones o arrastrarlos a sus errores. La concejal de Cultura de Santa Cruz de Tenerife decidió orillar a candidatos y candidatas con una amplia experiencia en la gestión cultural pública y privada para designar a una aspirante que jamás ha tenido contacto profesional con ese mundo. Luego, cuando la han empapado las críticas por una torpeza tan caprichosa como ridícula, ha mandado a la elegida como gerente de la OAC a matricularse en un master de gestión cultural, cuya matrícula supuestamente abona el ayuntamiento. Todo es así: estúpido, arbitrario, inútil, negligente, payasesco.

Santa Cruz de Tenerife no tiene ni tendrá así ninguna puñetera oportunidad de ser otra cosa que la sede de un carnaval acomplejado por su provincianismo y un equipo de fútbol que es una interminable frustración sólo rentable para su propietario. Porque en el futuro, se los garantizo, llegará otro concejal de Cultura. No tendrá puñetera idea del asunto: ni dispondrá de un análisis de la situación cultural de su municipio, ni habrá pensado cinco minutos en un proyecto cultural para su ciudad, ni sabrá nada de la historia de una de las capitales de Canarias.