Ligar en los tiempos del coronavirus debe de ser como escalar el Everest sin oxígeno, aunque hay quien no deja de verle ventajas. Eso lo aprendo ya no por experiencia, sino por la calle, donde tengo la costumbre de dejarme seducir por todas las conversaciones que me llegan, en la cola del banco, en Hacienda, en todos esos sitios en los que las personas hablan entre ellas o por el móvil, como si no hubiera nadie más, como si nadie pudiera escuchar las confesiones, terribles a veces, que dejan caer en todos los oídos.

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