Tengo que confesarles algo. Pasado un tiempo no soporto los discursos de los presidentes de gobierno, porque todos terminan contando las mismas milongas. Suárez y Felipe González me crispaban. Pero con Aznar, Rajoy o Zapatero el nivel de indignación me salía por las orejas. Es que ni siquiera podía prestar atención a lo que estaban diciendo. El sonido de su voz, la escandalosa falsedad de sus inflexiones y lo impostado de un discurso siempre vacío me sentaban como un tiro de escopeta.

Es injusto, pero inevitable. Y dentro del ranking de deterioro de credibilidad, Pedro Sánchez ha batido todas las plusmarcas de cualquiera de sus predecesores. No solo porque este hombre es capaz de soltar las trolas políticas más escandalosas sin que se le mueva una ceja, sino porque se ha terminado convirtiendo en una caricatura de sí mismo. Habla de una manera tan acartonada, insincera y plástica que me transmite lo mismo que un choco congelado.

Como es obvio, ese tipo de prejuicios puede afectar la imparcialidad intelectual. Uno no se puede permitir que la simple voz de alguien le predisponga en su contra. Porque puede ser que esté diciendo algo sensato. Así que de vez en cuando hago un esfuerzo -de verdad que es un esfuerzo- para atender a lo que nos cuenta el presidente del Gobierno de España, abstrayéndome de que su mensaje sea el de un acreditado cuentacuentos.

Precisamente por eso me he sentido confortado al saber que la Unión Europea comparte mi opinión sobre el estrambótico plan anunciado por Pedro Sánchez para gastarse la piel del oso de los miles de millones del fondo anticrisis. Por decirlo en pocas palabras, la UE entiende que Sánchez solo piensa en gastarse la pasta, no en invertirla para cambiar la administración y modernizarla. Y le preocupa que no haya dicho cómo mejorar los ingresos fiscales y disminuir los gastos de un sector público absolutamente ineficiente. Bruselas quiere ver reformas, pero lo único que ve es a un tipo infinitamente feliz porque se va a pulir todo el dinero de la ayuda en los tres años electorales que le quedan.

Todos los países de la UE afrontan dificultades por las secuelas del Covid-19. Pero ninguno tiene una situación tan complicada como España. La caída de nuestro PIB es brutal. Nuestra deuda pública puede crecer hasta un límite insoportable. Y la destrucción de empresas amenaza de muerte el mercado laboral y anuncia la entrada en la pobreza de las clases medias y de los veinte millones de personas que cobran asignaciones del Estado.

España necesita un cambio como el que impulsó Felipe González en la década milagrosa de los ochenta. Pero hoy no estamos por reformar, sino por destruir. El modelo de Estado está desgarrado y debilitado. La política es un estercolero. Y Pedro Sánchez no tiene un plan para modernizar este país, sino un plan de dopaje. La mala noticia es que el dinero de la lotería de la UE va a tardar mucho y tal vez el país se le muera por el camino.

El recorte

Un patinazo jurídico. Cuando Cataluña le hizo frente al Estado, tras el traumático referéndum ilegal del 1-0 y la aplicación del 155, el nuevo Gobierno progresista levantó la bandera del diálogo. Frente a los desaires del independentismo, Pedro Sánchez se armó de paciencia y fue capaz de mantener relaciones institucionales y personales con la insurgencia. Con ello pretendía corregir lo que consideraba “errores de soberbia” de Rajoy. El estéril enfrentamiento de ahora con la Comunidad de Madrid resulta todo un contraste. Hay un choque de trenes políticos entre el PP y el PSOE. Es la inevitable memez de los unos contra los otros, en la que estamos instalados en casi todo. Pero produce una enorme tristeza comprobar cómo las alianzas políticas condicionan los comportamientos de instituciones que deberían ser neutrales. La laxitud con los aliados y la intransigencia con la oposición es una conducta reprobable. Lo que ha hecho el Gobierno central en Madrid probablemente ha sido acertado en el fondo, pero es la crónica de un desastre en las formas. Y es impensable que si las cifras se disparan en Cataluña hagan lo mismo, lo cual volvería el enfrentamiento con Ayuso mucho más escandaloso. Sánchez y Ayuso han entrado al trapo en una confrontación suicida para el PSOE y el PP. Porque en ese río revuelto solo pescan los más radicales de la izquierda y la derecha. En este gigantesco ensayo sobre la ceguera, los dos grandes partidos de este país no hacen más que suicidarse un día tras otro.