Cada vez entiendo menos la obsesión por el coronavirus. Porque en los últimos meses, en especial en las últimas semanas, a través de las declaraciones de los responsables políticos de España y de Canarias hemos podido comprender, finalmente, que el coronavirus es un extraordinario golpe de suerte para Canarias. Solo hay que escuchar a Ángel Víctor Torres o a Román Rodríguez -tanto monta monta tanto si hablaran en esperanto- para confirmarlo. Gracias al coronavirus, las Islas recibirán los 500 millones de euros del Plan de Carreteras que el Gobierno central debió abonar por sentencia judicial firme. ¿Y el nuevo sistema de financiación autonómica? Se cerrará en esta legislatura y beneficiará a Canarias. No hablemos de los presupuestos del Estado para 2021 que están negociando con Esquerra Republicana. Ya se sabe que, a la hora de acordar unos presupuestos generales entre socialdemócratas mesetarios e independentistas catalanes, los más beneficiados son siempre los canarios. Así que no hay que temer que los servicios públicos esenciales (sic) que gestiona el Gobierno autonómico, aunque la caída de ingresos fiscales llegue a superar el próximo enero el 50% de lo previsto. Las cifras de ayuntamientos y cabildos pueden ser peores, incluso, pero pueden utilizar los remanentes y los superávit. El propio Ejecutivo regional, albricias, seguro que podrá endeudarse. Que no se preocupen los funcionarios y los jubilados: a ninguno se le tocará un euro de su sueldo (incluidos trienios, quinquenios y pagas extras) o de pensión. Y, lo mejor de todo, por si acaso lo has olvidado: la lluvia de miles de millones que llegarán de Europa y que servirán para modernizar nuestra economía, chacho, seguro que nos toca una buena tajada y nos ponemos a fabricar todos ordenadores y los guiris no vuelven más.

Todo esto llevará un tiempo mientras las ubres de nuevas inversiones y subvenciones alcancen cierta elasticidad, pero ahí están los ERE, renovados hasta el 30 de enero, que, con sincera conversa y mucha paciencia constructiva y ultraperiférica seguro que logramos extenderlos hasta transcurrida la Semana Santa, y luego, hasta después del verano, y después, bueno, ya se verá, que hablando se entiende la gente y Román Rodríguez es el consejero de Hacienda y Presupuestos y Asuntos Europeos y él sabrá proveer, escrutando a las avecillas del cielo, que no siembran ni recogen cosecha alguna pero comen todos los días. El destino de Rodríguez está en gestionar Canarias como una inmensa y hermosa leprosería donde no falte de nada y, en rigor, la mitad de la población ni siquiera deba trabajar; un paraíso pordiosero sostenido por interminables ayudas y créditos españoles y europeos y por una vida empresarial lobotomizada y en suspensión indefinida. Después de más de medio siglo de debates desde aquel libro de Vieítez y Bergasa, Desarrollo y subdesarrollo en la economía canaria, hemos encontrado nuestro modelo de crecimiento económico y nuestra garantía de cohesión social gracias a una pandemia universal.

¿Cuál es el problema, entonces? Solo hay que admitir unos 500 muertos anuales, en su mayoría gente sobre los sesenta años de edad, pero es un precio razonable por la supervivencia, no se diga por la prosperidad de un país que algún día recupera su prestigio turístico como parque temático del subvencionismo contemporáneo y el cuento chino. Nadie se lo querrá perder.