General salva de aplausos a las informaciones de las ministras Montero y Darias (la nuestra) en el Consejo telemático de Política Fiscal y Financiera, garantizando a las regiones la posibilidad de endeudarse para seguir gastando. Román Rodríguez salió encantado del encuentro virtual: después de unos días con él y Pedro Quevedo amagando por las teles y las radios con romperle a Torres la baraja (o lo que sea) si las cuentas del Estado para 2021 no cumplen con el REF y el Estatuto, el vicepresidente deja de lado el discurso más beligerante. Por cierto, que se le olvidó avisar a Quevedo, y el hombre siguió embroncando. Román no, él está ahora feliz y satisfecho: no sólo lo han nombrado vicepresidente de turno del Consejo de los cuartos, además le han prometido que en 2021 no tendrá que recortar servicios públicos ni inversión. Madrid autoriza a las regiones a gastarse la mitad del déficit (las que lo tengan) o aumentar la deuda.

En realidad, Madrid aplica a las regiones la instrucción europea de fijar el déficit por debajo del 2,2 por ciento, algo que -por supuesto- el Gobierno de España no va a ser capaz de cumplir. Con las regiones instaladas en el contento, el Consejo de Ministros subía ayer 2,4 puntos su previsión de caída del PIB para este año, hasta el 11,2 por ciento (subirá aún más) pero mejoraba los datos de paro sobre las previsiones de abril, bajándolas del 19 por ciento al 17,1. Ruido de acompañamiento para el asunto del día: la aprobación -¡¡por fin!!- del techo de gasto para 2021, que crece casi un 54 por ciento, incluyendo -por supuesto- los 20.000 millones del maná europeo.

Lo que tiene feliz a Román es que las regiones recibirán pasta para gastarse. Canarias, en concreto, un anticipo de cerca de 600 kilos del Sistema de Financiación, que se regularizará en dos años con las correspondientes devoluciones. Madrid asumirá además la mitad del déficit y dejará a las regiones pedir pasta a los bancos o los Fondos de Liquidez o Estabilidad. O sea, que lo que pone tan contento a Román no es que le lluevan millones (son adelantos, se descontarán) sino que puede endeudarse para seguir gastando.

Uno se pregunta por qué a muchos Gobiernos parece gustarles tanto endeudarse. La deuda pública se inventó para acometer grandes obras que no podían financiarse en un ejercicio. En la práctica, la idea era parecida a la que se plantea una familia cuando pide una hipoteca: fraccionar en el tiempo un pago que se amortiza en años. La cuestión es que una vez inventado el sistema, los gobiernos decidieron usarlo para todo: para financiar servicios, gastos, festejos y campañas políticas. Por eso, la deuda supera hoy en un veinte por ciento el PIB, y con la caída del PIB, el año que viene será más. Y luego hay otra: cuando una familia se endeuda, sabe perfectamente que pagar lo que debe reducirá su bienestar. Más cuanto más se tarde en pagar el crédito. Por eso la gente se lo piensa antes de pedir cuartos a los bancos, porque luego hay que devolverlos. Con los gobiernos no ocurre lo mismo: la deuda que mañana contraiga Román no la pagará ni él ni este Gobierno. Lo harán el próximo y los siguientes, aumentando la recaudación o reduciendo servicios. Cada vez que una administración pide dinero, o hipoteca el futuro o saquea el bolsillo a sus ciudadanos. Este Gobierno -como todos- sabe eso perfectamente.

Lo que tendrían que hacer es pelear para que Madrid actúe con Canarias como Europa con España. Diseñando un plan de rescate. Pero es mucho más fácil morder el anzuelo y gastar lo que nos presten. Ya lo pagará alguien después.