Marquen en su agenda, en negro, el próximo mes de febrero. Para esa fecha la gran mayoría de las empresas y autónomos se habrán quedado sin aire. Será el disparo de salida del tsunami de despidos, recesión y pobreza que espera a una Canarias sin turismo. A estas alturas, el discurso oficial es aún invulnerable a la razón. Seguimos instalados en que doblegar la curva de los contagios del coronavirus marcará el punto de inflexión de la crisis. No se enteran. Los países emisores de turismo hacia nuestras islas afrontan una recesión económica de caballo, que se va a extender, probablemente, hasta finales del año que viene. Este año el PIB caerá dos dígitos en Alemania, más de diez puntos, y en Gran Bretaña, más de veinte. Una catástrofe pocas veces vista.

La Unión Europea ha demostrado solidaridad desviando recursos extraordinarios y deuda mancomunada a los países con mayores dificultades económicas y sociales. Pero España no parece dispuesta a hacer lo mismo con sus territorios. Los fondos provenientes de la UE se destinarán a cubrir los agujeros del Estado -salarios públicos, paro, pago de la deuda, pensiones- y el resto se repartirá en su mayor parte sin atender a la mayor pobreza o necesidad de las regiones, sino por proyectos presentados por las comunidades autónomas: es decir, al albur del criterio arbitrario de no se sabe quién, aunque ya pueda suponerse a dónde irá.

Con el horizonte de ese febrero funesto, al Gobierno de Canarias le espera la prueba del algodón. Los próximos Presupuestos Generales del Estado son los primeros que se harán en plena vigencia de la nueva Ley del Régimen Económico y Fiscal de Canarias y del nuevo Estatuto de Autonomía. Dos normas que se nos vendieron como amparadas por el marco constitucional, al máximo nivel jurídico, de tal forma que no podrán ser vulneradas por una ley orgánica de presupuestos.

Los diputados del PSOE han marcado una línea roja, diciendo públicamente que defenderán hasta sus últimas consecuencias el cumplimiento de esas leyes canarias. Es una muestra de compromiso. Pero lo tienen difícil. Las señales que nos manda Madrid no son buenas. Pretenden pagarnos con nuestro propio dinero (los quinientos millones de carreteras que dicen que nos van a dar, son nuestros por sentencia judicial). Y lo que han hecho los últimos gobiernos centrales ha sido “secar” nuestra vía de financiación extraordinaria contemplada en convenios del Estado. Y lo seguirán haciendo porque, como mal se dice en este país, la jodienda no tiene enmienda.

El consejero de Hacienda, Román Rodríguez, tiene la mili hecha. Por eso se está poniendo la venda antes que la herida. En previsión de que nos maltraten olímpicamente ha anunciado que Canarias podrá endeudarse para afrontar el desastre del año que viene. O lo que es lo mismo, que podremos apechugar solos con nuestra ruina empeñándonos hasta las cejas. Si no queda otra, será esa. Vale. Pero si los Presupuestos del Estado nos olvidan será, con perdón, una verdadera mierda. Y eso no lo va a tapar ninguna venda.

El recorte

Detenida en el tiempo. Las ciudades más modernas de Europa están rescatando los centros históricos para los peatones. Están creando nuevas vías para una nueva movilidad basada en vehículos eléctricos -bicicletas, patines o patinetes- y eliminando aparcamientos en superficie para trasladarlos a las afueras de las urbes o al subsuelo, apostando por el transporte público. La mejor señal de que Santa Cruz está detenida en el tiempo es que nada sustancial ha cambiado desde hace muchos años. La última gran transformación fue cuando se acabó el Plan Urban que peatonalizó una pequeña parte del centro del casco urbano. Además de eso, alguien, alguna vez, rebajó los peraltes de las aceras, para presumir de que estábamos adaptándolas a las personas discapacitadas. Pero se les olvidó un pequeñísimo detalle: hay aceras por las que no cabe ni la imaginación de un político. Por eso no es extraño ver a personas en sillas de ruedas circulando por algunas vías, entre los coches. Porque el ancho de muchas aceras, salpicadas encima de farolas mal puestas, papeleras y otros obstáculos, hace imposible que se crucen dos personas. En vez de apostar por la gente, seguimos cautivos de un tráfico contaminante, molesto, obsoleto y viejuno. Nadie quiere quitar aparcamientos en superficie. Nadie quiere innovar y transformar. Y así nos luce el piche.