Contra lo que difunde la opinión personal, no creo que Santa Cruz de Tenerife pudiera ser un buen plató para películas de zombis. Esta demasiado muerta. Sencillamente no es verosímil: en este camposanto George A. Romero, deprimido, se negaría a rodar cinco minutos. Acabo de pasearla de nuevo y produce algo cercano al pánico. No es únicamente lo que no pasa en las calles, es lo que no ocurre en las casas, muchas de ellas con las ventanas cerradas a cal y canto. Una ciudad de agorafóbicos. Y para cierta clase media su propia ciudad dormitorio regida por un espléndido concepto de ocio: comer en un guachinche del norte, pasear por La Laguna y tomar churros, pasear por Candelaria y tomar helados. En las plazas no hay nadie desde los sábados por la tarde. Los perros pasean con la cabeza gacha, como si estuviera a punto de caer un pedrisco. Los niños juegan a jugar. Solo puede detectarse cierta actividad en la avenida Anaga, donde cuerpos muy poco aerodinámicos caminan a trote cochinero hacia el infarto. No hay otro signo de vida más o menos humana. En los barrios parpadean las luces de algunos bares como naves espaciales moteadas de cagaditas de mosca y alejándose hacia los extremos de la galaxia. Un pibe sale de un edificio abandonado con una papela de caballo. Se oye la tos desgarradora de una vecina vieja a través de las persianas. Sopla el viento y sobre las aceras sucias caen ardientes goterones de lluvia de verano. Un gato sarnoso maúlla más de cansancio que de hambre. Es la madrugada del domingo y la ciudad huye de sí misma en cada esquina cubierta de chicles escupidos hace meses.

Santa Cruz de Tenerife no es la puñetera sede de nada importante: de nada que pueda aportar a la ciudad dignidad, orgullo y capital simbólico y que la ciudad, al mismo tiempo, pueda enriquecer. Uno podría pensar que, después de un año en la oposición, José Manuel Bermúdez y su equipo hubieran tomado nota, en especial, con el espectáculo de un gobierno municipal que llegó al poder sin un proyecto definido de ciudad y una batería de reformas claras. No ha sido así y lo que tenemos, de nuevo, es el bermudismo, es decir, un paréntesis entre un pasado que no se asume -ni siquiera en los éxitos- como propio y un futuro que resulta absolutamente indiferente. Un presente amasado una y otra vez con carnavales, promociones, obritas, contratación de cuatro policías, qué bonitas las Fiestas de Mayo, vamos a baldear todo el barrio de La Salud, precarnavales, el alcalde arregla una farola en El Sobradillo, veinte nuevas tumbonas en Las Teresitas, poscarnavales y el cartel de 2021. Mucho cuidado con plantear algo de carácter estratégico en movilidad, políticas sociales, industrias culturales o turismo. El bermudismo es también un enorme cartel sobre la muy noble e invicta Santa Cruz de Tenerife, solo derrotada por sí misma: "No molesten”.