Levanto la vista (cansada) del último libro de Xavier Domènech (Un haz de naciones. El Estado y la plurinacionalidad de España), brillante e inconvincente, y lanzo un largo suspiro de cansancio. Otra vez tiene uno que leer que la reforma del Estatut de 2006 fue la última ocasión que ofreció Cataluña a España -esas dos egregias señoras- para modernizarse y que fue miserablemente pisoteada. Ya saben, el peinado al que sometió al texto -ya aprobado por los ciudadanos catalanes- el Tribunal Constitucional. Yo no sé si es necesario disponer de un doctorado para suscribir estas cosas, se me antoja que no. En la consulta sobre el nuevo Estatuto de Autonomía solo votó el 49,42% del censo. No parece la expresión de un entusiasmo desbordante. Y es curioso que el profesor Domènech insista en la plurinacionalidad del Estado, pero se muestra incapaz de analizarla desde otro sitio que no sea Barcelona.

En Canarias la lucha contra la pandemia la está ganando la Covid. No nos mata, pero nos jode y está carbonizando la economía del país. Se puede mantener un control de la pandemia y sus rebrotes, pero no impedirlos en sentido estricto. Ahora el Hospital Nuestra Señora de la Candelaria registra dos focos de infección. "Estamos haciendo pruebas y es muy probable que exista un tercero", me cuenta un facultativo, tranquilo, pero apesadumbrado. "Hay que estar serenos, pero esto se parece cada día más a una pesadilla que no termina nunca". Se termina el vaso de leche tibia y se marcha a su domicilio destrozado después de un doble turno en Urgencias. No le he recomendado el libro de Domènech. ¿Para qué? Mi amigo -que también tiene un doctorado- está huérfano de ideología, de partido, de horizonte ideológico que le ladre. Es lo que le está ocurriendo en este espantoso tránsito a mucha gente, a cada vez más, un movimiento transversal de desafección democrática cada vez más perceptible. Creo que si hoy se celebran elecciones mañana entraríamos en pánico. Creo que las plataformas localistas y la ultraderecha de Vox golpearían el sistema a bofetada limpia y que tanto en Las Palmas como en Santa Cruz de Tenerife tendrían la llave del gobierno.

La derecha española está podrida por la corrupción y las sospechas de corrupción, la izquierda socialdemócrata se ha reducido a un mecanismo de propaganda cuyo único motor de transformación social pasa por aumentar hasta el delirio la deuda pública, los nacionalistas vascos y catalanes, en definitiva, son fuerzas independentistas que no están echando una mano a un proyecto progresista, sino rentabilizando normativa y presupuestariamente su apoyo a un gobierno parlamentariamente muy débil. La gestión de la crisis sanitaria -por no hablar de la catástrofe económica subsiguiente- ha evidenciado los errores en el diseño institucional del Estado de las autonomías, la pobreza política y cultural de unas élites tramposas y suicidas, la partidización ineficaz e ineficiente de la administración pública. El problema personal que dice sufrir Felipe González -"no encuentro a nadie que me represente o pudiera representarme como ciudadano"- es el que padece la inmensa mayoría. Y en Canarias ocurre lo mismo: los nacionalistas (el centroderecha de CC y el centroizquierda de NC) han hecho todo lo posible por no rozar siquiera ninguna hegemonía política y electoral. Un nuevo populismo facistoide se huele en los cubos de basura frecuentados al atardecer. Y viene, como siempre, con votos democráticos para salvar al pueblo de la democracia.