Siempre me dicen que trabajo demasiado, que eso explica que esté tan cansado, se me olviden los nombres en la radio y me pasen las cosas que me pasan. Pero no es por eso. Lo que ocurre es que algunas noches me acuesto tarde y no logro dormir. A veces cuento ovejas, pero es exasperante: me aburro tanto que ya no me duermo. Otras veces me cuento cuentos improbables de éxito mundano y felicidad tangible, pero en cuanto empiezan a gustarme me desvelo. Como no me gustan las pastillas, hace años descubrí el truco de imaginarme en la vida de otro, pero no como el otro, sino como yo mismo, como doble del otro. Hacerlo supone cierta complejidad logística (volver a aprender a peinarme, ver desde lejos sin llevar gafas, meter toda mi tripa en la barriga lisa de Brad Pitt€) pero el esfuerzo compensa. Basta elegir correctamente el personaje a doblar en sueños para después dormir a pierna suelta...

Dedicándome a este oficio, es obvio por dónde tira el catálogo de soñarme a mí mismo en plan especular: me van los personajes históricos, los grandes políticos o dirigentes (sobre todo por falta de costumbre, ejem) y también los héroes literarios clásicos. A veces pienso que soy el Conde de Montecristo, o en el Capitán Nemo, o Eneas o incluso en el Rey de Siam, pero no en su versión real y verdadera, sino en la que interpretaba un Yul Brynner saltarín y bailongo con Deborah Kerr€

De los políticos, me gusta dormirme con Sir Winston en su etapa de Lord del Almirantazgo. El problema con Churchill es que a veces me da por fumar sus enormes vegueros y me pongo a toser y acabo por despertarme con la garganta escocida. También me gusta Nixon. Es un tipo rijoso y mal hablado y un político mentiroso y deshonesto -casi un criminal- pero resulta un excelente compañero de juerga nocturna. Lo malo de reincidir con él es que antes de dormirse, inevitablemente hay que pillarse una buena cogorza, y eso es malo para el hígado. Y también para la cartera, porque él nunca paga. Jamás.

Dormirse siendo Cristo no está mal, es bueno para la autoestima, aunque a vedes me levanto confuso y dolorido por las mañanas, como si hubiera resucitado después de padecer un calvario, y me paso el día tocándolo todo a ver qué pasa. Por eso prefiero ser directamente Dios padre, que además vive en los cielos, y -a lo que se ve- suele dormir un sueño mucho más profundo y largo que el de los humanos. Por eso es mi doble preferido los sábados por la noche, y además he descubierto que conviene tener su infinita capacidad de perdón -la de Dios- cuando mi hijo llega a las tantas de la madrugada y me despierta haciendo todos los ruidos del mundo. Además, Dios es tan inmenso y polivalente que tiene otras ventajas: una noche de insomnio lujurioso se resuelve bien en los jardines de hurís de Alá, y si me acuesto enfadado, puedo conciliar el sueño sintiéndome Júpiter tronante, o rizar el rizo de la doblez y soñarme sabia, Minerva y divina€

Pero hay días en que recurro a lo más autóctono y actual. Anoche, por ejemplo, me doblé en Pedro Sánchez por primera vez, y fue un sueño terrible y culpable: para no verme toreado por Pablo Iglesias o mangoneado por Iván Redondo, me soñé entonces a mí mismo como jefe de la oposición y líder responsable del castigo parlamentario al Gobierno. Y voy entonces y me despierto siendo Pablo Casado, tras la primera siesta en Génova después de volver de La Gomera de ofrecerle a Curbelo un pacto de centroderecha, con descuento de Iva incluido. Por cierto: me desperté en un Casado herido de bala en el pie por un certero disparo de su alcalde palmero.