El pacto entre el PP y CC en Santa Cruz de La Palma duró lo que duró la intolerancia casi fisiológica que le provocaba al alcalde conservador, Juan José Cabrera, el portavoz socialista, Elías Castro. Con Castro, simplemente, ningún acuerdo era imaginable, en especial, por su empecinamiento en convertir la alcaldía en un inquilinato: dos años para el PP, dos años para el PSOE. Después de las elecciones locales de 2019 los socialistas liderados por Castro siguieron insistiendo. Incluso, ejem, llegaron a insinuar que no era necesario que la alcaldía time sharing figurara en el documento del pacto de gobierno. Ni aun así se fió, por supuesto, Juan José Cabrera. A penúltima hora los coalicioneros, para salvar la presidencia de Nieves Lady en el Cabildo, votaron a favor de la investidura de Cabrera sin mediar ningún acuerdo escrito: el pacto y la estructura y distribución del gobierno municipal se decidió después.

El alcalde ha repetido casi paternalmente en que ha destituido a los concejales por "falta de comunicación". Y es cierto. Pero se le olvidó puntualizar que ha incomunicación ha sido mutua. Y su decisión no es estrictamente personal. Primero debe recordarse que Elías Castro presentó su dimisión como concejal la víspera misma de la declaración del estado de alarma por la pandemia. Y para el alcalde el PSOE santacrucero, sin Castro, es más soportable. Sigue siendo duro, pero más dulce: como una rapadura. Los socialistas, mientras tanto, juegan a cogobernar y a no hacerlo. Primero, para Cabrera, la Alcaldía entera hasta final de mandato. Segundo, una mayor sensibilidad desde el Cabildo a las demandas de la capital isleña. Tercero, no hacer sangre con la gestión urbanística, las de vías y obras o la del ciclo integral del agua. Mientras Anselmo Pestana, secretario general del PSOE de La Palma, afea la conducta de Cabrera por promover o tolerar inestabilidades en plena pandemia, sus compañeros en la corporación santacrucera se preparan para integrarse en el equipo de gobierno a costa de la apertura de un expediente por parte de la dirección insular. Son jóvenes, tienen espaldas anchas y sobre todo saben que, si el nuevo gobierno municipal se estabiliza, no se les expulsará de partido o volverán al mismo en un breve lapso de tiempo.

Esto es lo que mezquinamente hay. No una estrategia de los partidos mayoritarios en España (PSOE y PP) para apartar a los nacionalistas, sino una operación política basada en cálculos y relaciones de fuerza insulares y en simpatías y antipatías personales. Otra cosa es cómo se toman los ciudadanos estas obscenas ordalías cuando el desempleo, la angustia, la miseria y la enfermedad les empujan a patadas hasta el miedo y la desesperanza. Como esta incapacidad para mantener la estabilidad política, colaborar sistemáticamente entre partidos y administraciones, olvidar durante un minuto la táctica de la polarización político-ideológica y la estigmatización del adversario hasta reducirlo a la piltrafa de un enemigo nos llevará a una crisis abierta de legitimación del sistema representativo. A la exigencia de mano dura, de pragmatismo organizativo, de la renuncia al pluralismo, del ordeno y mando para poner orden. O un amplio abanico de reformas - desde la simplificación de los procedimientos administrativos hasta el funcionamiento de las Universidades y la financiación de la investigación y el desarrollo- o la caída en una tentación involucionista aplaudida no por la clase media alta, sino por los del ERTE, paro y miseria.