Las formas para escapar de la realidad son infinitas: desde leer poemas en Los Llanos de Aridane hasta convertirse en un perro con un dueño que cumpla los protocolos de desinfección, como el británico Tom Peters, que reclama que lo traten como un dálmata, camina a cuatro patas y come friskis. Como lo que nos rodea es tan espeluznante -y lo que llegará en los próximos meses-, algunos apreciados colegas entretienen sus nervios con rimas y leyendas rumoreadas en cafeterías y despachos. Entre los más apreciados cuentos de viejas en las últimas semanas está una vaporosa moción de censura en el Cabildo de Tenerife que devolvería al poder al expresidente Carlos Alonso y a CC con la participación del PP y en virtud de no sé cuál sustitución en Ciudadanos -inexplicable-. A los coalicioneros les bastaría con el voto de uno de los consejeros de Ciudadanos.

Pero la novela es más larga y más compleja. El destierro de los socialistas del poder insular allanaría un acuerdo de Ángel Víctor Torres con CC para cerrar un pacto de gobierno en la Comunidad. Cuentan nuestros entusiastas augures que está casi desesperado por firmarlo, porque contaría con un pacto sólido "para los próximos tres años". Es fascinante. Porque, nos dicen, esto es un problema del PSOE: los grancanarios apuestan por una alianza con los coalicioneros mientras que los tinerfeños no quieren verlos ni en pintura. Uno tiene una modesta opinión, muy modesta desde luego: para un aburrimiento soportable es mil veces más interesante y productivo construir la Torre Eiffel con palillos usados que armar una mitología para merendar con ingredientes tan sosos. Torres no tiene malditas ganas de ceder la mitad de su gobierno y una vicepresidencia a CC. Es un precio muy alto para enfrentarse al Congreso del PSOE, que debería celebrarse el próximo año para revalidar su liderazgo y candidatura presidencial para 2023. Resulta casi igualmente improbable que CC considere un chollo entrar ahora en el Ejecutivo, con calles hambrientas a punto de arder y asumiendo soportar más de dos años el ninguneo casi militante del Gobierno de Pedro Sánchez, ahora una de sus principales denuncias. A ojos de la mayoría de los votantes, los coalicioneros pasarían de críticos del hundimiento económico de Canarias a vergonzosos cómplices. El calor de los despachos produce muchas nostalgias, pero no una voluntad apremiante de suicidio político. Ninguno de los consejeros de Ciudadanos en el Cabildo de Tenerife cuenta con alicientes para abandonar la corporación. Para qué diablos apoyarían a Carlos Alonso? ¿Para ser expulsados fulminantemente del partido? Y, en última instancia, ¿qué es gobernar actualmente el Cabildo de Tenerife? ¿Esperar nerviosamente que un banco te consiga otro crédito puente para poder pagar las nónimas de otros seis meses? No. Pedro Martín debe asumirlo: no llegarán los bárbaros. No lo librarán de sus propias torpezas, de su incapacidad de liderazgo, de la carencia parapléjica de un proyecto de desarrollo de Tenerife. Deberá beberse la cicuta de sus propias venas hasta el final.