Vivimos los tiempos de la relatividad. O sea, de que una cosa no es una cosa, sino su circunstancia, como decía Ortega. De ahí que una familia numerosa no sea exactamente numerosa en función del número de sus miembros y miembras y miembres, sino en función de lo que ingrese.

Lo ha dicho Pablo Iglesias, el vicepresidente del Gobierno y líder de la oposición. La futura legislación planteará que una familia numerosa no vendrá determinada solo por el número de hijos sino también por la situación económica de los progenitores. Una madre a cargo de tres hijos, si tiene un sueldo de ministra, por ejemplo, no será familia numerosa.

Esto abre un mundo de nuevos horizontes. Porque lo siguiente, cabe deducir, es que las entradas de cine o los libros o cualquier producto cultural, por ejemplo, tendrían un precio diferente en función de la declaración de la renta de quien los adquiera. Lo que nos lleva de cabeza a que tendremos que ir con la última nómina a cuestas o con la declaración de IRPF sellada por Hacienda.

Habrá quien diga que eso va a ser un lío monumental. Un pifostio confuso y extraño, difícil de aplicar. Pero serán los reaccionarios, los que analizan el mundo pensando que algo es lo que es, con independencia de la sutil diferencia que supone lo que gana una persona con respecto a otra. O su sexo.

El ministro de Cultura, José Manuel Rodríguez Uribes, dijo hace no tanto que el cine que hace una mujer no es el mismo que el que hace un hombre. Que las películas para las directoras son mucho más difíciles de hacer que para los hombres y que, por lo tanto, la subvención para ellas tendría que ser de un 75% más que las de ellos. Hay que combatir la brecha de género cultural tanto como la económica. Por eso mismo, dijo el ministro, las bibliotecas españolas tendrán que ser inclusivas. ¿Y eso qué es? Pues que tendrán que tener tantos libros escritos por mujeres como escritos por hombres.

Y ahí no acaba la cosa. La revolución debe llegar al teatro, donde tendrá que haber el mismo número de actrices que de actores. Un asunto espinoso que nos lleva a preguntarnos cómo se va a representar Doce hombres sin piedad u Ocho mujeres.

Hilando mucho más fino, España debe dar un ejemplar paso adelante. Cualquier película u obra de teatro debe tener el mismo número de hombres, mujeres, gays, lesbianas, transexuales o binarios. Y en cada una de estas cuotas de género deberá contemplarse, igualmente, el mismo número de caucasianos, negros, asiáticos, árabes y polinesios con especial atención, por supuesto, a adecuada confesión religiosa de cada uno de los actores, de tal manera que la obra, en sí, sea una representación adecuada del rico mosaico plural de la sociedad.

Vamos, sin duda, por el buen camino. Nadie ha dicho que sea fácil ver a Hamlet representado por un actriz coreana o a Electra por un señor de Cuenca. Pero los españoles podremos hacerlo. Es una cuestión de tiempo.