Ayer, Román Rodríguez, vicepresidente y consejero de Hacienda del Gobierno autónomo, tomó aire para expectorar que nunca permitiría que Canarias se convirtiera en Lesbos, es decir, en una colección de islas-prisiones para inmigrantes. Lo que no contó es cómo lo impediría. Son un poco cansinas estas proclamas de que no se tolerará esto o aquello, que no se tocará la financiación de los servicios sociales, que no se congelarán sueldos ni pensiones públicas. O ese hastiante argumento propagandístico que se repite entrevista tras entrevista, pleno parlamentario tras pleno parlamentario: se ha decidido gestionar la crisis de manera distinta y se ha prescindido de la austeridad. Es una chaladura irresponsable: el recurso al endeudamiento tiene límites y costes para el presente y para las próximas décadas. Naturalmente que la contención del gasto (eliminando lo superfluo, priorizando lo imprescindible, maximizando hasta el último céntimo) deviene obligatoria. Para ya.

Es Europa quien ha decidido poner en funcionamiento medidas básicamente fiscales y un conjunto de fondos públicos federalizados para evitar una catástrofe. Canarias dejó de avanzar hacia la convergencia con la media española hacia 2007, en víspera de la crisis mundial, y a partir de entonces los feroces recortes en sanidad, educación y servicios sociales lastraron el crecimiento económico, la mejora de la cohesión social, cualquier curva de superación de la pobreza, la exclusión y la desigualdad, y en combinación con otros factores económicos y empresariales, y relevantes decisiones políticas erróneas, nos han conducido a una recuperación rápida y potente pero insuficiente (2015-2019) y a la catástrofe de la pandemia del coronavirus. Los gobiernos de CC presididos por Paulino Rivero, el primero con el PP, el segundo con el PSOE, se vieron obligados a la austeridad: no fue una decisión tomada libremente. Obviamente se cometieron errores de diagnóstico y errores de decisión, pero es grotesco, después del desfallecimiento financiero que deshidrató esta comunidad autónoma durante casi una década, agitar el recurso de la demonización de CC mientras conservadores y socialistas evitan mirarse a los ojos y se ponen a silbar. CC nunca hubiera podido gobernar sin el concurso muy activo del PP y del PSOE.

El otoño que ahora comienza y todo el invierno que nos espera van a ser terrible para la mayoría de la población canaria. De a anterior crisis se arrastran hombres de cuarenta años que llevan desde los 25 sin un puesto de trabajo más o menos estables. Pero Román no tiene un plan B, como no lo tiene Ángel Víctor Torres. Ninguna estrategia concebible si no llega dinero desde las alturas. Solo esperar cristianamente mientras se miente por costumbre, por cinismo, por miedo, casi por compasión. Esperar a Madrid, a Bruselas, a Shangri La. Esperar el helicóptero financiero que desde las nueve haga llover café en el campo o que la ministra de Hacienda tenga piedad y nos permita endeudarnos para aguantar seis meses más sin cerrar la administración pública. Esperar un milagro de penúltimo minuto que les permita que 2021 no los achicharre y no crezca una desafección furibunda hacia las instituciones autonómicas y la propia democracia. Lesbos, dice. Pero qué hombre tan gracioso, qué pelito blanco tan bien cuidado.