El pasado domingo, el prestigio del doctor y senador socialista José Vicente Gonzalez Bethencourt se vio arrastrado por los suelos. Alguna mano despistada colocó bajo mi firma un artículo escrito por el médico y político, llevándose por delante el que yo había escrito. Ya noté yo que pasaba algo raro cuando a media mañana me había felicitado media docena de personas por mi erudición.

Mi artículo nonato hablaba del mal estado de la cosa en Canarias. De la crisis mental que estaba afectando a los partidos políticos, incapaces de responder con entereza ante la pobreza creciente de la sociedad canaria. Pero cuando -mosqueado por los mensajes de halago- acudí para echarle una revisión a lo escrito, me encontré leyendo, para mi sorpresa, reflexiones sobre un relato de Leocadio Machado en torno a la leyenda de una mujer en El Médano, que dio origen a Peña María. Un artículo sobre la locura del amor o el amor de los locos, que acababa con el último baño de la poetisa Alfonsina Storni en una playa de Mar de Plata.

La última vez que desafiné cantando Alfonsina y el mar fue al poco tiempo de morir Franco. Cuando la luna se dibujaba en los charcos de La Laguna, que tenían tan poca profundidad que si querías suicidarte en algún líquido tenías que optar necesariamente por el vino con vino en Artillería. Así que me sorprendió leerme a mí mismo contando cosas que ni siquiera yo sabía que sabía. Luego, cuando le di la vuelta a la página, me encontré a José Vicente González Bethencourt copiando punto por punto mis palabras.

Hace ya muchos años, José Vicente fue vecino. Y siempre me pareció un tipo educado. O sea, de los que no se fabrica un currículum copiado como han hecho muchos políticos de hoy en día. Que me hubiera calcado el artículo me parecía insólito. Hasta que alguien más lúcido que yo y que vive conmigo, me indicó amable y dulcemente: “Idiota. El artículo es de él. El que lo ha fusilado eres tú”. Y se me vino el mundo encima. Porque, en efecto, el estilo prolijo y la erudición literaria que respiraba el texto que habían puesto a mi nombre nunca podría haber salido de mi pluma, Ni de mi tecla. Ni de nada. Una prueba evidente de que no era mío, claro está.

Soy de los que piensan que a todo lo malo hay que buscarle su parte positiva. Gracias al pequeño error de edición la gente pudo leer dos veces un buen artículo. De él, claro. A veces hay quien no se entera a la primera. Además, valoro que me escribieran una columna gratis. Y encima no pasó lo peor. Porque si, por aquello de mezclar los Bethencourt, le hubiesen colocado a José Vicente lo que yo escribí de los partidos políticos canarios -incluido naturalmente el suyo- a estas horas estaría expulsado. Que el patio está como está. O sea, que bien mirado hasta hubo suerte.

El recorte

Jugando al y tú más. ¿Qué ha pasado con Isabel Ayuso en la Comunidad Autónoma de Madrid? Pues que lo ha hecho muy mal. Los contagios del coronavirus se le han escapado de las manos. Los ciudadanos no han respetado las medidas de protección y la vuelta a la normalidad, sin esas contenciones, ha disparado la curva de transmisiones. Pero además de todo eso, es que hay informaciones tóxicas que le están haciendo un “trabajo fino” de demolición en los medios de comunicación. La CAM se ha visto desbordada por el inicio de las clases, por la falta de personal sanitario, por las deficiencias en la red primaria de salud. Todo eso es cierto. Y ha supuesto que se haya activado una campaña en la que se pide la dimisión de Ayuso. Y no deja de ser curioso porque no hay ni uno solo de sus pecados -ni uno- que no se pueda atribuir igualmente al Gobierno de España durante el periodo que nos llevó al confinamiento de marzo pasado. Es decir, ¿por qué a unos se les exige la dimisión por el fracaso en la gestión de la pandemia y a otros se les condonan los errores porque nos enfrentamos a un adversario desconocido y sobrevenido? Lo de Madrid es un fracaso. Pero similar al de un Gobierno central que en la primera crisis quiso dirigirlo todo y ahora no quiere saber nada de nada.