La política, en esta macarronesia guanche, bebe de la idiosincracia canaria. O sea, habita en una modorra que solo se interrumpe si se trata de jeringar al prójimo. En todos los partidos se cuecen las mismas habas amargas del desconcierto, las luchas intestinas, los rencores... esos firmes valores de nuestra cultura.

Ahí tienen, por ejemplo, a la doliente Coalición Canaria que a todo le da largas a la espera de ese congreso de refundición —no es un error ortográfico— a celebrar en algún lugar del futuro. Con Fernando Clavijo más limpito que una patena judicial, a los que pensaban darle un cariñoso matarile les ha dado un patatús más bien feo y andan replegándose a los cuarteles de invierno —aunque sea en islas calurosas, de blancas y espectaculares dunas— en espera de mejores tiempos.

Y está el PP liderado por María Australia Navarro, "esa rubia que hace lo que yo le diga", como decía aquella prometedora y joven promesa política que terminó cumpliéndose en el Senado. Resultó Navarro mucho más lista de lo que muchos esperaban y cuando el PP perdió aquí —-dos veces— el tren del poder, se quedó sola en la estación al frente del quiosco conservador. Lo malo es que casi todo el mundo piensa que su liderazgo es provisional y andan a la paciente y vitriólica espera de que Madrid designe digitalmente una nueva esperanza morena.

Y ahí, si miran muy bien —se recomienda una lupa— están también los restos de aquello que fue un día un partido político llamado Ciudadanos. Un sitio lleno de gente estupenda y maravillosa que se va escurriendo hacia otras fuerzas políticas porque los peores enemigos los tienen dentro. Las naranjas se han convertido en ácidos limones. Y hablando de acidez, ¿qué me dicen de Podemos, donde los círculos se han transformado en agujeros de bala en las espaldas de líderes que se detestan mutuamente —casi escribo destetan, maldito subsconciente— metidos en guerras para ver quién se queda al mando de la marca crepuscular que nació en la indignación de las plazas y agoniza en la incoherencia de los chalés?

Y está Nueva Canarias, que se las prometía felices con Román Rodríguez manejando el saco de las perras del Gobierno. Pero resultó que le ha tocado administrar la peor crisis que se recuerda. Tan fea que al consejero de Hacienda se le ha puesto el bigote más blanco que a Copito de Nieve. Y encima el proyecto político, con natalicio en Gran Canaria, no encuentra manera de expandirse en el resto de las islas. Porque encontrar hoy a alguien con dos neuronas que acepte entrar en política es como buscar en la mar un pescado que esté seco.

Aquí la única manera de crecer es hacer como Casimiro Curbelo, que en sus tiempos jóvenes fue ciclista y va con la Asamblea Socialista Gomera ASG — Román la llama burlonamente Aserejé— de coche escoba, recogiendo lo mejorcito que se les va cayendo a los demás. Y si alguno cree que solo come naranjas, que esperen unos meses para ver que en su dieta también entran los capullos de rosa.

Y hablando de Arona y del PSOE, ahí está ese partido gobernante, que se encontró de casualidad con el liderazgo innífugo de ese descubrimiento llamado Angel Víctor Torres. "Y parecía tonto cuando lo compramos", dicen algunos de sus sorprendidos compañeros. O sea, en Las Palmas crece las flores en el jardín socialista, pero en Tenerife ha estallado el furúnculo del cabreo. Porque están hartitos del mangoneo y de no rascar bola en eso de colocar a su gente. En el menceyato de Pedro Martín se escuchan tambores de guerra, porque no hay nada que una más que un enemigo común.

O sea, que parece que no pasa nada, pero todo está manga por hombro. En el Gobierno no saben lo que hacer con la que se nos viene encima. Y en la oposición no quieren saber nada de cambiar al Gobierno. Les viene muy bien que se sancochen en su propio jugo. Pero mientras todos estos juegos florales se celebran, el tiempo pasa y la gente va cayendo en los dientes de la crisis y la pobreza. La política, en quiebra mental. Canarias, en quiebra social. Y así están las cosas. Anímense, que empeorarán.