Hay quien asegura que José Carlos Francisco, no es capaz de correr ni aunque lo amenazara un incendio. Antes compra el incendio y lo vende en California. O tal vez asesora a alguien para que lo haga: depende, cabe suponer, del tamaño del incendio. Francisco es desde hace treinta años una figura central del establishment político y empresarial de Tenerife y, más difusamente, de Canarias, y su carrera como consultor y consejero tenía que culminar necesariamente con su llegada a la Presidencia de la Confederación Española de Organizaciones Empresariales en la provincia santacrucera. Es muy interesante constatar a qué se dedican las confederaciones empresariales; cuál es su utilidad social y profesional en una economía que ha cambiado vertiginosamente mientras las estructuras representativas del empresariado continúan instaladas en el siglo XX.

Lo que resulta hoy extraordinariamente llamativo es el ensimismamiento de la CEOE en Santa Cruz de Tenerife y la Confederación Canaria de Empresarios en medio de la crisis económica más grave y desestructurante que azota a Canarias desde el hambre, la desnutrición y el tifus de la posguerra civil. Responsablemente calladitos o calladitamente irresponsables, una situación tan compleja y espeluznante como la presente no les ha merecido ya no elaborar y ofrecer un diagnóstico sistemático y un documento propio con sus propuestas de reformas y programas de recuperación económica y empresarial, sino siquiera una reunión conjunta de ambas organizaciones. El país (Canarias) está a punto de entrar en bancarrota y hundir los sesos en una recesión que puede durar un lustro, pero no nos precipitemos, que ya le dijimos al presidente Torres lo que teníamos que decirle en el pacto ese de la reconstrucción, bueno, que más se puede pedir, ya está, misión cumplida, ¿reservaste mesa para el almuerzo? Pues llama al coche.

Generalmente los responsables de las patronales se limitan a repetir lo que quieren oír los políticos, porque lo que quieren, entienden, es colaborar, no por otra cosa. No podría tolerarse el escándalo de representantes de empresarios trasladando las ideas y convicciones de los empresarios al espacio público. Por eso Francisco apunta que los ERTE no deben prorrogarse hasta fin de año, sino hasta finalizar la Semana Santa, que por algo se llama así. ¿Y por qué Semana Santa? ¿Los costaleros van a llenar los hoteles? ¿Los penitentes se redimen en los spa? ¿Por qué no hasta el verano o, ya puestos, hasta el próximo otoño? El rigor económico de la solicitud sería más o menos el mismo. Uno lee estas cosas y las compara con la independencia, la energía intelectual y el compromiso social del Círculo de Economía que preside Javier Faus en Cataluña y se le cae el alma cándida a los pies. Aquí, toda colaboración es poca, con este Gobierno, con el anterior, con el que venga. ¿Ya has reservado mesa para el almuerzo? Pues llama el coche.