La III Asamblea Ciudadana de Podemos Canarias debe elegir la dirección del partido para los próximos tres años y nadie, salvo los candidatos, parece muy conmovido con la convocatoria. Podemos es ya tan aburrido y rutinario que hasta Pablo Iglesias se ha puesto a hacer entrevistas en televisión, por sus soberanas gónadas, porque solo es el vicepresidente segundo de un país hundido en su peor crisis económica y social desde la posguerra civil. Una de las candidatas es Meri Pita, que estaba tan feliz en Madrid, tejiendo una bella e interminable bufanda para arropar a todas las sensibilidades de la plurinacionalidad y la diversidad territorial de las Españas, cuando, de repente, miles de militantes le pidieron que vuelva a Canarias y regenere el proyecto de la verdadera izquierda. La mujer no tuvo más remedio que decirles que sí. La otra es Laura Fuentes, una joven que ocupa la Dirección General de Juventud del Gobierno de Canarias, seleccionada por Noemí Santana, secretaria general saliente y consejera de Derechos Sociales. Una de las propuestas estrellas de Fuentes es consultar a los militantes, a mitad de la legislatura, "la nota que nos ponen". No si se deben retirar del Gobierno regional, redefinir una política pública o continuar hasta junio de 2023, sino la nota, la nota, la nota que les pongan los y las notas de la puta base, esos que antes hacían círculos hasta que descubrieron su significado: cero participación real en las decisiones relevantes de la organización.

Uno de los grandes misterios de la breve crónica de Podemos Canarias es lo que ocurrió en las vísperas de las elecciones autonómicas y locales de 2019, cuando un conjunto de retiradas, denuncias y dimisiones estuvieron a punto de imposibilitar que pudieran participar en los comicios. Jamás se abrió una investigación interna para escrutar un hecho tan grave, una brutal operación de boicot a Santana y sus compañeros de dirección en toda regla, pero nadie ignoró que el papel de Pita en la traición no había sido irrelevante. Ahí ha seguido, en el consejo estatal y en el Congreso, sin un solo reproche. Resulta inverosímil que se insista en el apoyo de Iglesias a Santana y Fuentes para la secretaría general de Podemos en Canarias. Si el apoyo de Iglesias -y de la voz a él debida, el secretario de Organización Alberto Rodríguez- fuera firme e irrestricto, Mari Pita no daría un paso.

Pita regresa a Canarias nadando de espaldas. A Santana y sus cuates no puede dejarlos vivos en el Gobierno tres años más, porque ejercerían de facto como una vigilante oposición a su liderazgo dotada de despachos, cargos y presupuestos. Si consigue la púrpura, Pita deberá jugar una partida de las que les entusiasman para estimular disidencias, bloqueos, desprestigios y soledades y anunciar, cuando llegue el momento, que Podemos se marcha pero volverá. Y así, por enésima vez, tendremos la satisfacción de contemplar el triunfo del Frente Popular de Judea sobre los revisionistas del Frente Judaico Popular. O viceversa.