Hace solo unos meses nos quitaba el sueño la crisis peluda que produciría la salida de Gran Bretaña de la Unión Europea. Nos parecía el acabose. Pero las inexorables leyes de Murphy estaban al acecho. Y lo que puede ir mal, irá a peor. Así que apareció el maldito coronavirus, nos encerraron en nuestras casas y la economía se hundió en dos telediarios. Y lo del brexit se transformó en una coña marinera.

Nuestra temida crisis exportadora hacia las nieblas de Avalón se transformó en el apocalipsis según san Pedro Simón, dos apóstoles encarnados en un solo desastre. Nos dijeron que era un catarrito de nada -“un bichito que se cae de la mesa y se mata”, como dijo de la colza aquel inefable ministro- pero se convirtió en una pandemia.

Ahora nos enfrentamos a un cambio de paradigma. El virus ha destrozado las maltrechas relaciones comerciales entre países y ha asesinado al turismo. La sociedad se basa en la confianza y el miedo al contagio es un disolvente de todo lo que hemos construido. Es probable que dentro de algunos meses surja una vacuna y podamos empezar a rehacer el mundo que conocíamos. Pero recuerden: la probabilidad de que algo suceda está en relación inversa a la necesidad de que ocurra.

Hasta las rocas más duras terminan desgastadas por el embate de las olas. El agua y el viento pueden con la piedra con el transcurso del tiempo. Lo saben los geólogos, los pescadores que se ponen a pensar mirando los riscos y los que leen a los filósofos chinos, como al que inventó la confusión. Pero los políticos parece que no. Que ni pescan ni entienden.

La evidencia de que Canarias se va a enfrentar a un periodo de pobreza jamás vivido es una gota que lleva cayendo y muchísimo tiempo sobre la totorota de nuestros gobernantes. Toc, toc. Un ruido sordo que se escucha en los datos del empleo, del cierre de empresas, de caída del turismo, de aumento de la pobreza... Toc, toc. Gota a gota. Día a día. Pero hay cabezas muy duras. Que aguantan indemnes cualquier evidencia. Y la esperanza es el último aliento que abandona el cuerpo antes del hambre.

El único turista que hemos tenido en verano ha sido Pedro Sánchez. Viaje gratis en avión presidencial y estancia gratis en chalé público. O sea, así cualquiera. No lo atacó ninguna bandada de fulas carnívoras y se fue de Lanzarote pensando que esto es un paraíso. Desde La Mareta no se ven los muelles llenos de inmigrantes ni las playas vacías de turistas.

Pero no pasa nada. El Gobierno y los empresarios hoteleros creen que el turismo volverá enseguida. Dicen que les meteremos un bastoncillo por la napia y crearemos un turismo seguro. Es la penúltima esperanza. Pero la realidad nos va a meter a nosotros el bastón por otro sitio. Y será dentro de muy poco.

El recorte

Franco, hasta en la sopa. El creciente nivel de estupidez de una parte de la progresía de este país amenaza con desbordar todos los niveles históricos. Una última idea, que se traducirá en medidas legales, es disponer la prohibición de fundaciones que hagan apología del franquismo. La experiencia del pasado nos ha enseñado que no existe una mejor manera para impulsar algo que prohibirlo. Pero, en todo caso, hacer apología en castellano es defender, con la palabra o por escrito, a algo o a alguien. Prohibir que un ciudadano exprese sus opiniones, sean cuales sean, es propio de una sociedad de deriva autoritaria. Las opiniones deben ser absolutamente libres. El pasado, con sus errores, sus excesos y sus crímenes, es carne de los historiadores. Y resulta ridículo que un gobierno prohiba que haya camisetas o llaveros con las imágenes de Franco, Hitler, Stalin o cualquier otro sangriento dictador. Lo importante es que enseñemos a las nuevas generaciones una visión cierta de la historia que vivimos y de sus personajes, con todas sus sombras y miserias. Hay quienes ponen de ejemplo a Alemania, con sus durísimas leyes contra las expresiones de nazismo. Sería bueno que Alemania fuera ejemplo en algunas otras muchas cosas. Pero a las pruebas me remito: cuanto más dura y enérgica es la persecución germana contra la perversa ideología neonazi, más parece que brotan las malas hierbas. Lo que acaba con los extremistas radicales es la cultura y la intolerancia, no el oportunismo electoral. Pero no tenemos remedio. Van a sacar a Franco otra vez de procesión. Es decir, habrá subida de impuestos