Decía el escritor francés Victor Hugo que "todas las situaciones críticas tienen un relámpago que nos ciega o nos ilumina". Afrontarlas con decisión de vencerlas es la premisa para salir adelante, pero también es oportuno contar con las personas adecuadas, los medios suficientes y las ganas precisas para luchar con denuedo. Si, por el contrario, los dirigentes públicos forman parte del gremio de la mediocridad, sobrando torpezas, entonces damos un paso para adelante, pero a la vez retrocedemos cuatro para detrás, aumentando la incertidumbre, profundizando la crisis y eso precisamente es lo que nos está pasando.

Estamos inmersos en el mundo de la corrección política, donde nadie puede salirse de la partitura que marca la élite pensante, por cierto, con claras reminiscencias totalitarias, disfrazada de una multitud de colores, unos verdes, otros morados, algunos rojos, con el marchamo progresista, que confluyen en el objetivo común de conseguir o aprovecharse del poder en beneficio propio, sin vergüenza alguna, con algún ejemplo escandaloso de todos conocido. Están convencidos de que son los únicos poseedores de su verdad, lo que llaman posverdad e intentan por todos los medios inculcarla en todos los ámbitos, a todas las edades. De esa manera reescriben la historia, falsean el presente e hipotecan el futuro. Piensan, y se lo creen, que son los buenos y los demás conforman el equipo de los malos, por eso tienen, según su ideología caduca e históricamente ruinosa, que dirigir a una sociedad que necesitan infantilizar, empobreciéndola, para hacerla tremendamente dependiente, sin posibilidad de autonomía. Esta realidad, lleva a la división, eso es lo que pretenden, más específicamente a la lucha, que antes la llamaban de clases y ahora cuenta con muchos adjetivos, dependiendo de lo que interesa en cada momento. No olvidemos lo que decía Karl Marx "toda la historia de la sociedad humana, hasta la actualidad, es una lucha de clases". La implantación del frentismo, con la descalificación continua, la visceralidad o el ataque permanente, es lo que les da oxígeno para seguir fraccionando al conjunto y no lo olvidemos nunca, con el único objetivo, inconfesable, de buscar siempre el provecho personal o de la casta que conforman.

Ahora necesitamos precisamente todo lo contrario, responsables políticos imbuidos de servicio público, capaces de aunar esfuerzos con todos, para beneficio de la inmensa mayoría, como decía el poeta. Competentes para hablar y entenderse, llegando a los acuerdos necesarios, incluso cediendo en convicciones o propuestas que parecían irrenunciables, pero que se dejan a un lado, para llegar a los objetivos precisos, que permitan mejorar la difícil situación que atravesamos. Es sencillamente cuestión de pensar en los demás, abandonando la soberbia, que tan malos resultados da cuando se incrustan en la política. Diálogo fructífero para llegar a acuerdos que provoquen soluciones. La gobernanza de la cosa pública tiene que basarse en el respeto del contrario, sabiendo escuchar, porque seguro que también aportará mucho o poco, pero siempre será un avance.

Lo complicado hay que trabajarlo, lo fácil sale solo, por eso, integrar debe tener buenas dosis de paciencia, por cierto, de eso sabía mucho el presidente Adolfo Suárez, cuando recomendaba que se buscara las cosas que unen, dialogando con serenidad y espíritu de justicia sobre aquellas que separan. Porque ya lo advirtió: "quienes alcanzan el poder con demagogia terminan haciéndole pagar al país un precio muy caro".

Ante la complicada etapa histórica que vivimos, hay que poner también propuestas suficientes, valientes o apropiadas, después de consensuarlas suficientemente, con el fin de ir todos en la misma dirección, porque la democracia es un sistema de convivencia, que necesariamente exige pensar y actuar en plural.

(*) Presidente de FEPECO