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Jorge Bethencourt

Manual de objeciones

Jorge Bethencourt

Los godos me matan

A uno de los muchos amigos que tengo de mis años en Madrid -o sea, cerca del cielo- le mortifiqué un día la vida preguntándole si sabía la diferencia entre un godo y un peninsular. El colega sonrió y me contestó que el peninsular era un tipo normal y corriente mientras que el godo era "un enterado, presumido y presuntuoso". Entonces le aclaré que estaba equivocado. Que los peninsulares eran los portugueses. Todos los que estaban presentes se partieron de risa.

Años más tarde, en una circunstancia similar, mi viejo amigo se la cobró. En medio de una reunión me preguntó si sabía la diferencia entre un peninsular y un canario. Considerablemente mosqueado le contesté precavidamente y con mucha elipse verbal, para no mojarme. Pero no me permitió escaquearme. En mitad de mis divagaciones me cortó y me dijo: "no te enrolles: un canario es simplemente un peninsular que llegó antes".

La palabra godo, al parecer, deviene de cómo llamaban muy despectivamente en Venezuela a los nacionales que lucharon a favor de España y en contra de la independencia. Más tarde, a mediados del XIX, aún seguían insultando a los conservadores llamándolos oligarcas o godos. En estos tiempos nuestros de independentismos étnicos y naciones postizas, Canarias es un buen ejemplo de un pueblo de aluvión edificado sobre muchas sangres, que dieron en pasar por aquí y echar raíces. Y sin embargo, o tal vez por eso, el criollismo canario no ha generado nunca un relato nacional de sí mismo. Emocional sí, pero no político. Y es que en vez del romanticismo -caldo de tantas patrias- hemos vivido siempre en el surrealismo. Eso de pensarnos a nosotros mismos en serio es un asunto que nos parece agotador. Pero nuestra tradicional pachorra no ha impedido que hayamos aprendido a detectar a quienes nos desprecian.

El diputado de Nueva Canarias, Luis Campos, considera que las desafortunadas palabras del ministro Escrivá -dijo que vendrá a Canarias cuando tenga la agenda holgada- "se aproximan a lo que en esta tierra se define como godo". Y no le falta razón. Pero no se trata de nada nuevo. Hace ya mucho tiempo que el comportamiento de eso que llamamos Madrid está cayendo una en un olímpico desprecio por las islas. Hemos sido maltratados en el sistema de financiación autonómica. Y en la asignación de recursos a través de los convenios. Y con el incumplimiento de leyes que obligan a no invertir en las islas por debajo de la media peninsular. Y hasta el presidente del actual Gobierno se permitió el lujo de no venir al acto solemne de celebración del nuevo Estatuto de Autonomía, algo que suponía un desprecio institucional a todos los canarios, aunque una parte de la clase política -por empatía disciplinaria- calló vergonzosamente.

O sea, que esto de las godadas no es nuevo. Pero deberíamos saber que los canarios tampoco somos, en esto, excepcionales. Gran parte de la periferia del Estado español, desde el Sur hasta el Norte, se siente olvidada, marginada o ninguneada por Madrid. Los territorios ricos consideran que la villa y corte es una advenediza garrapata burocrática de funcionarios con manguitos que sorbe sus riquezas. Y las regiones pobres creen que está al servicio de los ricos y de sí misma. Madrid me mata, se decía en la época de la movida. Pero al final resulta que nos mata a todos. Aunque a algunos nos mate simplemente cerrando los ojos..

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