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Daniel Capó

Fallan las respuestas

Cuando en 1665 Robert Hooke analizó en su microscopio distintos tejidos vegetales, se encontró con una estructura similar a la de un panal de abejas, a cada una de cuyas secciones llamó "células", diminutivo del latín cella (celda). Las células serían, por tanto, las celdillas que componen la vida y, asimismo, las unidades de menor tamaño que podemos considerar seres vivos. La vida encerrada en un minúsculo cubículo constituye, a mi parecer, una imagen representativa de lo que ha sucedido en estos últimos meses. La sociedad, que se quiere libre, ha tenido que contenerse hasta el punto de perder muchos de sus derechos, aunque haya sido de forma temporal. No deja de resultar curioso que sea precisamente en la organización, en la estructura, en el sometimiento de las libertades al dictado de los técnicos, donde se esté jugando la partida. En Europa, la organizada Alemania ha salido mejor parada que una España poco previsora. Pero algo similar ha tenido lugar si miramos a los grandes bloques: el Extremo Oriente y Oceanía (Taiwán, Corea del sur, Singapur, Nueva Zelanda) se han comportado como el primer mundo, mientras que Occidente -en general- está enlazando una oleada de contagios con otra. Sea como sea, la imagen de la célula -primero encerrados durante el confinamiento para, a continuación, volver a lo acostumbrado de una forma apresurada y caótica, como en una metástasis- forma parte ya de la historia de la pandemia en España, de nuevo el país con peores cifras de Europa.

Y algo habrá de estructural cuando, una tras otra, las distintas crisis -la financiera del 2008, con el hundimiento de las cajas de ahorros, y ahora la sanitaria- se encarnizan con nosotros. ¿Cuáles serían las causas? ¿La ausencia de elites y su mala selección? ¿La redacción de leyes y reglamentos? ¿La falta de tradición industrial y, por tanto, de saber hacer empresarial? ¿La construcción a salto de mata de un Estado autonómico que se ha mostrado costoso e ineficaz? ¿Una actitud cortoplacista, incapaz de asumir los costes de pensar en el futuro? Seguramente un poco de todo y algo más. Porque, en realidad, nadie sabe explicarnos qué nos pasa exactamente ni por qué somos incapaces de responder con acierto a los desafíos. Llevamos años con un paro estructural sin parangón en el mundo civilizado y nadie hace nada al respecto. Llevamos años con un sistema educativo en caída libre y nos perdemos en batallas ideológicas y planteamientos emocionales. Llega el coronavirus y España ofrece los peores datos europeos en bajada del PIB y en destrucción de empleo, además de la peor recaída de nuestro entorno en la segunda oleada. Y con un vacío de liderazgo: Pedro Sánchez cargando el peso sobre las autonomías y las autonomías haciéndolo sobre el gobierno central, sin coordinación ni previsión alguna. Falla el diseño, improvisado a golpe de urgencias parlamentarias: mi voto a cambio de algo.

Si un organismo vivo es un conjunto de células, las nuestras llevan demasiado tiempo funcionando desordenadamente. Y no sólo eso. Lo peor es la neblina que nos envuelve, la incertidumbre y la falta de confianza que no ayuda a entender lo que sucede. ¿Qué hacemos peor que los demás y por qué? Y así seguiremos mientras no nos detengamos a pensar los motivos y a ejecutar las soluciones: unas soluciones que no sean simples parches ni falsos remedios.

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