El otro día me di una vuelta por Málaga, donde se celebra estos días el Festival de Cine. El hotel Málaga Palacio tiene uno de los mejores barman de la ciudad, baristas, también se dice ahora. Gimlet con mascarilla. El toque justo de acidez. En copa de martini. Subimos a la terraza y estaba David Trueba. Concediendo entrevistas. Estuve tentado de ir y decirle que fuimos compañeros de clase, Periodismo, la Complutense, aquella mole gris. Madrid. Me alegro mucho siempre de sus éxitos y tal vez uno mío sería ahora hacerme un selfie con él. David Trueba iba vestido de David Trueba, me parece a mí. Eso debe ser inventar un estilo propio. Yo iba, como dijo una vez González Ruano de los turistas veraniego de las costas, "vestido de niño". O sea, con pantalón corto y camisa. Tengo ganas de ver su película, A este lado del mundo, que no se estrena en salas y que está ambientada en Melilla, la valla, la inmigración, pero con humor fino desde los ojos de un despistado ingeniero (Vito Sanz, actor fetiche de los Trueba) que es allí trasladado.

Observo el skyline malagueño de La Malagueta, el puerto, las grúas, la ciudad aglomerada, los tejados. No es la mejor hora para estar en la terraza del Palacio, visto lo visto al día siguiente en las portadas: Claro Lago. En el mismo sitio que uno y sus amigos, de espaldas a la catedral y posando. Está claro (o mejor dicho, está clara) que debió subir después a juzgar por la luz de las fotos.

A mí me sigue imponiendo mucho eso de ver o encontrarme a famosos. Y eso que yo he probado la calderilla de la fama: el encargado de mantenimiento de mi edificio me vio una vez en una tertulia. Veo gaviotas revoltosas que quisieran picotear los vasos, observo un cierto ajetreo de camarógrafos y fotógrafos. El sol no cede y varios huéspedes metidos en carnes salen de la piscina un poco arrugados y en su caminar hacia el ascensor se mezclan con actores, periodistas y una pareja que ha pedido una botella de champán. Siempre hay un punto de las relaciones amorosas en el que se tiene sed de champán.

Se va Trueba y como siempre le he admirado, lo imito y me voy yo también. Dueño de mi destino, decido ser previsible: me acuesto. A la ciudad se le adivina la tristeza de quien está obligada a irse pronto a dormir. Hay toque de queda. Garitos obligados a cerrar a la una. Algunos jóvenes con folletos de restaurantes se esfuerzan en captar clientes: ¿Cuántas croquetas se consumirán hoy en España?, ¿quién estará ahora en la parcelita de arena que ayer ocupé yo en una playa de Almería? Me monto mi película mental y me concedo una Goya, miserias las justas. Tal vez hoy vuelva a por otro gimlet. Qué estará haciendo ahora la pareja achampanada.