Roberto quería mucho a su abuelo. Lo adoraba. Ahora tiene 30 años, pero desde muy pequeño intentaron que fuera consciente del esfuerzo de Anselmo "el aventurero de la Caleta" para mantener a su familia en los momentos más complicados de la crisis económica. Era lo que se conocía como un superyayo, el mantenedor de una prole que le estiraba su pensión como un chicle sometido a calor. Anselmo había emigrado a Cuba en el siglo pasado en busca de una vida mejor, subido cual polizón en las bodegas de La Giralda, un famoso buque mercante que cruzaba el Atlántico dejando penas y programando incertidumbres. Sin catering ni bebida durante el trayecto. Después de un mes de travesía, llegaban a Cuba y Venezuela, el lugar prometido que todos los migrantes anhelaban en Canarias. Contaba que, debido a la dureza del viaje, se vomitaban unos sobre otros, llenos de piojos, con los cuales convivían como compañeros de travesía. Era ese concepto de libertad y prosperidad que también perseguían nuestros abuelos. Roberto había participado hace unos días en una protesta contra la llegada de 50 personas procedentes de Senegal al centro de inmigrantes del pueblo. Tras días de tensión en los alrededores de la instalación, donde incluso se levantaron barricadas para impedir el paso a los vehículos policiales, la presión de los habitantes obligó a trasladar a los afectados por coronavirus a otros centros de la Cruz Roja. Roberto no lo sabía, pero había levantado barricadas contra su abuelo cuando en ese invierno de los años 50 llegaba de ilegal a Santiago de Cuba y escondido en la bodega del barco. Su abuelo era de aquellos que copaban la sanidad pública cubana, porque cuando necesitaba medicinas iba al médico y se las daban; otro lujo de los migrantes. Pero Roberto no tiene memoria histórica, no sabía que en España solo el 11% de las consultas realizadas son de personas de origen extranjero, frente al 89% de las realizadas por personas de origen español. Anselmo recibía la misma renta básica de cualquier cubano para subsistir en el comienzo de la aventura de la incertidumbre. Lo que Roberto desconocía mientras insultaba al vulnerable era que no existe ningún tipo de ayuda social dirigida a personas de origen extranjero por el mero hecho de serlo. Roberto se quejaba de que los inmigrantes no tributaran en España, tuvieran dinero o no. Aunque no le importaba la evasión de las grandes fortunas patrias, el joven contaminado por el discurso del odio olvidó que todas las personas de cualquier otro origen que permanezcan dentro del territorio español más de 183 días están obligadas a pagar sus impuestos aquí. Pero eso no interesaba saberlo. Así de bien quería a su abuelo. Roberto compartía los bulos de los partidos ultras en redes sociales y satanizaba a los Menores Extranjeros No Acompañados (MENA) argumentando que vivían con una pensión superior a la de una viuda. La xenofobia juega sucio, porque no reciben 664 euros ni viven mejor que un pensionista. "Obligan a las niñas a taparse por completo y en España las están obligando a casarse con viejos; son los principales agresores sexuales en nuestro país". Esta afirmación, acompañada de una foto tomada en Irán y firmada supuestamente en Madrid, impregna de bulos el muro de Facebook de Roberto. Sin embargo, la realidad es otra: según el informe elaborado por el Observatorio contra la Violencia Doméstica y de Género y el Consejo General del Poder Judicial, solo en el último cuatrimestre de 2018, del total de personas condenadas por delitos de violencia de género, 3.266 eran de nacionalidad española, mientras 1.303 eran extranjeros, cifra que también incluye a aquellos procedentes de países comunitarios que no necesitan permiso de residencia. Le pusiste barricadas a tu abuelo. Lo querías tanto que no te diste cuenta que él también se jugó la vida en un barco. Tu abuelo fue el niño que hoy llega en patera.