Ni consuelo, ni culpa, ni apocalipsis, ni negación: no podemos reconducir esta pandemia asumiendo mentiras consoladoras, ni culpando en exclusiva a los que mandan por haberlo hecho todo mal, ni instalándonos en una aceptación cobarde de que esto no se resolverá sin millones de muertos, ni negando lo que está ocurriendo y dejando que las cosas pasen. Todos esos relatos sirven para la política, sirven de distintas formas al discurso político y su marketing, pero no van a ayudar a resolver el problema al que nos enfrentamos ahora como sociedad. No necesitamos más relatos, ni más explicaciones, ni más excusas. Lo que necesitamos es asumir nuestra responsabilidad individual como seres humanos y nuestra responsabilidad colectiva como miembros de la nación.

Quienes dirigen esta crisis deberían habernos machacado con eso. No lo han hecho porque el primer problema de los gobiernos es hacer frente a la opinión de sus gobernados. La habilidad de las dictaduras es asegurarse el apoyo de la mayoría, ejerciendo un poder despótico sólo sobre sectores concretos, sobre minorías a las que se convierte en culpables de lo que ocurre. Y en democracia es también arriesgado para quien manda leerle la cartilla a los ciudadanos. Por eso, para no asumir ni siquiera el coste de hacernos sufrir, el Gobierno evitó mostrar la gravedad de lo que estaba ocurriendo. No lo hicieron sólo por ignorancia de lo que se les venía encima. Esa puede ser una explicación a la inconsciencia de convocar manifestaciones, permitir encuentros deportivos o mantener hasta el último minuto eventos multitudinarios. Asumamos que eso fue por desconocimiento. Pero el Gobierno no ignoraba los muertos de las UCI, ni los cadáveres del Palacio del Hielo de Madrid, ni los hechos terribles de las residencias y centros de mayores. Prefirieron ocultar la crudeza y magnitud de lo que ocurría, nos encerraron para protegernos y a los tres meses nos mintieron diciéndonos que la batalla había sido ganada y que las calles estaban limpias y podíamos recuperar una vida nuevamente normal. Nos trataron durante esta pandemia como menores de edad, a los que había que proteger de la visión y comprensión de una verdad dramática para la que no había soluciones seguras. Y nos dejamos proteger sin oponer resistencia. Ahora culpamos de este desastre a quienes mandan. Pero nos negamos a admitir nuestra propia responsabilidad individual y colectiva en la incontención de la enfermedad. Y lo cierto es que solo parará si somos capaces de ponerle freno entre todos, uno a uno. Mantener la higiene, ser constantes y obsesivos con la propia protección, seguir escrupulosamente las instrucciones, tomarse en serio una enfermedad que no vamos a domar con palabras, consignas y relatos. Porque solo ganaremos extremando la prudencia, sabiendo que nos jugamos la salud y la vida. Y que no es el Gobierno quien puede protegernos. Son mi vecino, la cajera del súper, mi compañera de pupitre, mi colega en el trabajo, mi familia, mi novio y mis amigos. Si ellos no actúan como deben, si cada uno de ellos no es responsable, haga lo que haga o diga lo que diga el gobierno, estoy perdido. Y ellos también.