Con toda su inteligencia analítica, su honesta cordura política y su cultura hecha gesto espontáneo y vivaz, Cayetana Álvarez de Toledo jamás ha entendido lo que es militar en un partido ni las condiciones pasa subir o mantenerse en el escalafón. Es la segunda vez que le pasa esto. Su primera aventura parlamentaria terminó en el año 2015: Rajoy y su equipo consideraron que era un juguete rubensiano descatalogable. Alvarez de Toledo volvió a dedicarse a lo que debía: a escribir magníficas piezas de periodismo político. Cuando Pablo Casado la invitó a incorporarse de nuevo a una lista y sobre todo cuando la designó portavoz del grupo parlamentario del PP, la pregunta inmediata era cuánto tiempo duraría antes de ser lanzada a la jauría por su amado lider. La respuesta: menos de año y medio.

El nombramiento de Álvarez de Toledo no significó un giro a la derecha del PP como su defenestración no puede traducirse como un volantazo al centro ideológico. Simplemente hubo un instante en que Casado se vio seducido por una propuesta original y posmarianista: el PP debía definirse como un partido de derechas capaz de aunar distintas sensibilidades y una defensa incuestionable de la Constitución de 1978. Un partido de derechas que le plantase cara a la socialdemocracia licuefacta de Sánchez y el populismo de izquierdas de Podemos, perfectamente capaces de sustentar la ejecución de su programa político en un pacto con fuerzas independentistas que buscan quebrantar el orden constitucional. Un PP que no se resignase a ser un gestor más o menos afortunado de las cifras macroeconómicas, sino que asumiera como tarea principal la defensa de valores conservadores y liberales en el espacio público y en la esfera cultural. No, Álvarez de Toledo no quería un PP más de derechas, sino unas derechas, reunidas bajo el techo del Partido Popular, más fuertes, más influyentes y mejor articuladas programática, social y culturalmente. En ese proyecto, la portavoz incluía a Ciudadanos, pero rechazaba a Vox.

No es tan raro que el verdadero significado político de Álvarez de Toledo haya sido secuestrado para presentarla como una Juana de Arco ultra, una elitista petulante, una ultraderechista con marquesado. A todos les conviene: el PP simula civilizarse con nuevos portavoces chachis, la izquierda señala que los conservadores no saben qué hacer, la extrema derecha voxista está encantada de que se coloque ahora falazmente a la exportavoz en su órbita. Lo que provoca auténtica curiosidad son las reflexiones de la diputada. Esa ingenuidad bella, insalvable, al borde mismo de la bobería, según la cual "discrepar no es lo mismo que ser desleal". Porque discrepar de tus superiores, en la empocilgada política española deviene hace mucho tiempo un hediondo pecado que se castiga con la expulsión del paraíso. Yo espero que se dedique a hacer política -y periodismo- escribiendo sobre ella, y enriqueciendo así el todavía insuficiente y desconocido pensamiento liberal español.