La nueva escalada de contagios ha llevado al Gobierno de Canarias a decretar, por fin, la obligatoriedad de las mascarillas en toda circunstancia social y a restringir el ocio nocturno. El presidente Ángel Víctor Torres se lió ligeramente al justificarlo, sin duda, para justificarse a sí mismo por no haber impuesto antes la medida. Es cierto, sin duda, que muchos ciudadanos, en especial adolescentes y jóvenes, no han ejercido la suficiente prudencia, en especial a la hora de celebrar amplias reuniones familiares, ágapes, fiestas y botellones. Pero también lo es que el gobierno autónomo se ha sumergido en una complacencia ligeramente petulante por los buenos resultados epidemiológicos, que para muchos convertían a Canarias en una suerte de Shangri-La en medio de un planeta carcomido por la covid-19. No es así, obviamente. De hecho hemos tenido una suerte excepcional, auspiciada por nuestra situación insular. Pero ninguna circunstancia geográfica nos convierte en un país fortaleza. Nadie está libre de esta plaga, nadie es inmune a su potencial destructor y comenzamos a pagarlo.

Lo más intranquilizador de esta crisis múltiple es que el único agente capaz no solo de controlar la situación sanitaria, sino de liderar la recuperación económica y garantizar la cohesión social es el sector público. Y no está demostrando una excepcional capacidad de dinamismo, eficacia y diligencia para hacerlo: basta recordar los atascos logísticos y las compras de material sanitario basuriento con el que tanto el Gobierno central como varias comunidades se lucieron escandalosamente. A la lentitud elefantiásica de la burocracia se suma la inverosímil pachorra de la élite política en Madrid y en Canarias, que cree que el virus esperará atentamente a que terminen sus reuniones, consultas, negociaciones y conciliábulos para emborronar planes estratégicos. Así le ha ocurrido al Gobierno de Torres, que tardó varias semanas en vestir un documento que recogía una estrategia para la reconstrucción económica y social de Canarias, firmado el 30 de mayo, en coincidencia con el día de la comunidad, para mayor gloria del presidente, y que apenas ha tenido desarrollo en programas y medidas concretos y articulados. Los rebrotes amenazan con reducir la estrategia planificada por Torres y su equipo en pura palabrería anacrónica.

La nueva expansión de la epidemia puede contenerse razonablemente, pero la situación económica y social no dejará de empeorar en las próximas semanas y meses. Es imprescindible que se aprueben modificaciones legales que permitan a las administraciones contratar más ágil y rápidamente y abreviar procesos administrativos al máximo, tanto en el ámbito mercantil como en la regulación y concesión de prestaciones sociales. Externalizar gestiones y acciones de emergencia. Avanzar en la coproducción de servicios con los ciudadanos, avanzar en nuevos modelos de colaboración público-privados. Un grupo de economistas, sociólogos, politólogos y abogados lo ha argumentado y precisado en un artículo-manifiesto: Por un sector público capaz de liderar la recuperación. Hay que leerlo. Aunque no sea usted Ángel Víctor Torres.