Junto a los instantes de felicidad se genera la ocasión que en sí misma nos ordena y con certeza nos habla de lo breve. Hemos de admitir que junto al sentir también se ejecuta el miedo; sí, el mismo que hace legible la brevedad del tiempo. Muchas veces, la vida es tan confusa y apasionante, que llega a enrevesar los recuerdos y los convierte en confusiones. Hay ideas imprecisas,sí, las mismas que disipan la luz de la libertad y nos llevan a la parálisis.

Al costado de la actividad veraniega se identifica la incertidumbre. Tengo la sensación que junto al paisaje soleado se aprecia la influencia de lo vivido; lo destructivo ( opinión subjetiva) es influencia furiosa que normalmente desnuda al énfasis y lo deja en pelotas. Cómo vamos a "disfrutar" sabiendo que septiembre está a la vuelta de la esquina y no sabemos lo que sucederá. ¿Podrán volver los niños al colegio? ¿Nos volverán a confinar? ¿Volveremos a ver que la muerte se lleva a nuestros ancianos? Todos tenemos un mundo interior, y la palabra "pandemia" nos lo está dando a conocer a diario. En esencia, creo que estamos siempre naciendo, nuestra fuerza es nuestra vida; debemos servirnos de ella para no decaer. El sufrimiento es noble, con exactitud, nos descubre lo esencial y nos muestra el extremo de nuestra existencia. Pienso que aprender a sufrir es disciplina de la inteligencia...

¡La felicidad no es cosa de nuestro dominio! Posiblemente, sin buscarle un sentido exacto, se disfrute más de sus momentos de gloria. Al final, lo bueno se descompone, y normalmente queda lo malo, lo que nos desplaza por el camino de la resistencia y nos desordena la vida de un día para otro.

Al amparo del verano todo parece divertido, pero desafortunadamente, ahora con la pandemia, en todo está la calavera de la muerte; tengámoslo en cuenta y dejemos de darle un aspecto de "normalidad" a lo que no lo tiene. A día de hoy nuestra existencia está amenazada y la sociedad está sometida a mucha presión. ¿Normalidad? Tesoro perdido en marzo.