Los contagios por Covid-19 se acercan ya a los 20 millones de personas en el planeta, con poco menos de 725.000 fallecidos. A pesar del extraordinario esfuerzo realizado por disponer de datos fiables, los expertos consideran que los contagiados podrían ser muchísimos más, probablemente entre 40 y 80 millones de personas, no diagnosticados porque muchos casos son asintomáticos o porque en muchos países del mundo no se dispone de medios para hacer un diagnóstico certero. La pandemia sigue estando lejos de los efectos devastadores de la gripe española de 1918 que infectó a 500 millones de personas y provocó al menos 50 millones de muertos. Pero ya se aproxima bastante a los terribles efectos de la olvidada gripe asiática de 1957 -H2N2-, con millones de contagiados y que en dos años acabó con las vidas de más de un millón de seres humanos. Según la Organización Mundial de la Salud, la curva de contagios parece estar empezando a perder fuerza, contabilizando unos 280.000 casos diarios de media. La ralentización es fruto de un mayor control de los contagios en toda Europa tras levantarse las medidas de confinamiento. La excepción más obvia parece España, donde no acaban de doblegarse los efectos de la primera ola, pendientes aún de lo que pueda ocurrir en octubre o noviembre, cuando nos alcance la segunda. Con más de 300.000 casos diagnosticados, un exceso de 44.000 muertes sobre las estadísticas del pasado año, de las que 28.000 han sido confirmadas como consecuencia del coronavirus, además de más de 50.000 trabajadores sanitarios infectados, el balance español no es nada halagüeño. Dos meses después de que Pedro Sánchez alardeara de haber vencido a la enfermedad, España se ha convertido en el país del mundo en el que más han aumentado los contagios tras el desconfinamiento, cuatro veces más que en Italia y dos más que en Reino Unido y Francia. Es algo que choca con la evidencia de disponer de un sistema sanitario que funciona, y que se intenta explicar en el aumento de la capacidad de hacer test. Ese es un argumento falaz: si ése fuera el motivo principal del crecimiento de contagios no habría una diferencia enorme de contagios entre distintas regiones. En realidad, aparte del descontrol y el caos que ha supuesto descentralizar la gestión de un día para otro, el problema español parece radicar en la desconfianza hacia las instrucciones del Gobierno y en la indisciplina social. Son dos asuntos relacionados, y de los que se habla poco: los españoles celebramos reuniones familiares y encuentros de amigos sin adoptar precauciones básicas, y el ocio nocturno se ha convertido en foco creciente de contagios. La estupidez llega hasta el extremo de fiestas y raves-Covid, o a convocatorias para "propagar la pandemia", como la acampada del sábado en la playa de Los Patos de La Orotava, organizada desde las redes sociales, y en la que se identificó hasta a 62 personas, sin que hubiera detenidos ni -por el momento- sanciones de ningún tipo. Siempre hemos sido una país bastante insolidario, desobediente e incívico. La reacción de tanto descerebrado ante una enfermedad que extermina a miles de nuestros mayores y ha destruido nuestra economía, demuestra que somos también un país de imbéciles.