Recientemente asistimos a un acontecimiento histórico y sintomático de cómo es nuestro mundo. Los nuevos amos del universo -por encima de presidentes, banqueros o gurús- comparecieron ante una subcomisión del Congreso de los Estados Unidos. A través de una pantalla, claro; no podía ser de otra manera. La idea de los representantes era poner contra las cuerdas a los "cuatro emperadores de la economía digital": Sundar Pichai (Google), Tim Cook (Apple), Mark Zuckerberg (Facebook) y Jeff Bezos (Amazon). Las cuatro compañías forman el acrónimo GAFA, que da nombre a la monstruosa ballena. Los acribillaron a preguntas. ¿Cómo puede mantener que su prioridad son los clientes cuando no para de subir los precios eliminando a sus competidores? ¿Reconoce que violó la ley antimonopolio al comprar las empresas que le restaban clientes? ¿Puede asegurar que su compañía no utiliza mano de obra esclava para fabricar sus productos a bajo precio? Ni se inmutaron. Respondieron con los consabidos tópicos. Sólo pensamos en mejorar la experiencia del usuario. Facilitamos la vida de la gente. Trabajamos por un mundo mejor. Quedaba claro que ellos están por encima de cualquier otro poder. Que, en palabras de un congresista, son las hidras cuyas cabezas devoran todo lo que crece en su entorno, construyendo un mundo en el que nada florece, salvo su cuenta corriente. Se fueron de rositas. Probablemente, tenían prisa porque al día siguiente iban a presentar al mundo los espectaculares resultados económicos. Eran unos resultados muy esperados, porque corresponden al segundo trimestre de este año, el momento en que la pandemia se había cebado con más saña: 689.000 muertos, 18 millones de infectados, millones de puestos de trabajo perdidos, países en ruina, una depresión mundial sin precedentes. En medio de esta tragedia, los resultados económicos de las GAFA tienen una apariencia obscena. Convierten a estos gigantes en los grandes beneficiarios de la desgracia mundial. Amazon y Facebook duplican sus beneficios. Apple los mejora en un 12 por ciento. Y Google -vaya por Dios- los ve reducidos en un 30 por ciento, sólo unos 5.800 millones de euros, que siguen siendo beneficios. Qui prodest?, ¿a quién beneficia? Es la pregunta que nos aconsejan plantearnos a periodistas e investigadores cuando se trata de desentrañar el origen de un crimen o de un mal. ¿A quién beneficia la pandemia? Más allá de la cospiranoia que señala a las GAFA como beneficiarias e instigadoras, los gobernantes -¿dónde está nuestra deprimida Europa- debieran plantearse en serio poner freno a la obscenidad. Y nosotros no deberíamos ser tan ingenuos como para asumir, como los depredadores, que las grandes crisis son sinónimo de oportunidades de negocio. La duda es si aún estamos a tiempo.