"Yo soy yo y mi circunstancia, y si no la salvo a ella no me salvo yo". Van a permitirme que tome las palabras de Ortega para iniciar mi reflexión, sustituyendo la circunstancia actual por mi mascarilla. La mascarilla naso-bucal forma parte ya de nuestro atuendo diario al salir de casa. Se ha transformado en una auténtica "circunstancia" que acompaña nuestra vida exterior. Las calles parecen un gran desfile de personas enmascaradas, que permiten esconder barbas y ocultar las caras de preocupación. Hay mascarillas en tela y en papel, desechables y lavables, en colores patrios o deportivos, más o menos cerradas, más o menos elegantes y, especialmente, más o menos eficaces. Las que cubren exclusivamente el mentón o la frente y las que se llevan en el codo, sirven de bien poco. Solo cumplen su función las que constituyen un obstáculo entre la emisión de saliva o gotitas de la nariz y la boca y la puerta de entrada respiratoria de las personas cercanas. Estos complementos faciales son y serán una prenda más que, una vez introducidos, utilizaremos en los próximos años con toda naturalidad. Nadie concibe un quirófano sin el uso de mascarillas y este artilugio es también obligatorio en ambientes laborales donde se respira polvo. La mayoría de mascarillas empleadas en estos lugares evitan que las partículas microscópicas penetren con el aire que respiramos hacia el interior de nuestro organismo. Las partículas que se mantienen en el ambiente en forma de aerosoles son inhaladas hacia los pulmones y se depositan en ellos por diferentes mecanismos. Las de mayor tamaño impactan en los recovecos de la nariz o en la faringe, donde quedan estancadas y en función de su higroscopicidad permanecen adheridas a las mucosas. Las de tamaño medio (2-5micras de masa mediana aerodinámica o DMMA) llegan hasta las divisiones bronquiales más pequeñas y se depositan por sedimentación. Las más pequeñas, cuyo DMMA oscila entre 0,5-1 micras, quedan flotando en los alveolos y pueden ser absorbidas hacia el torrente sanguíneo o ser expulsadas en la espiración siguiente. Todos estos aspectos son válidos para las partículas en suspensión en el aire y las barreras, tanto naturales (pelos de la nariz, estornudo, tos, moco nasal o bronquial) como artificiales (mascarillas protectoras) que interfieren entre el emisor y el receptor dificultan su llegada al interior de los pulmones. Pero, ¿qué pasa con las bacterias y los virus, cuyo tamaño es muchísimo menor? El virus SARS-CoV-2, que nos mantiene actualmente en alerta, tiene un diámetro entre 50-200 nanómetros (1 micra=1.000 nanómetros), lo que facilita su entrada hacia lo más profundo del aparato respiratorio. Pocas mascarillas ofrecen una capacidad de barrera a este nivel, por lo que estos instrumentos no garantizan que si respiramos en un ambiente donde el coronavirus campe a sus anchas, no acabe penetrando en nuestro interior. Ello no invalida la protección de la mascarilla, sino que únicamente advierte de su garantía. La mascarilla y la distancia, así como el lavado de manos, son el triunvirato más adecuado para dificultar la entrada de virus y bacterias. Lo aprendido con el coronavirus nos servirá para evitar el contagio de otros agentes infecciosos, y todas las normas higiénicas ahora ya incorporadas con las nuevas costumbres, tendrán también su repercusión positiva en las demás enfermedades transmisibles de la época invernal. En un estudio reciente publicado en la prestigiosa revista British Medical Journal, (Eleni Mantzari et al. BMJ 2020; 370: m2913 | doi: 10.1136/bmj.m2913) se nos indica que el uso mantenido de mascarillas no reduce la atención sobre el resto de medidas higiénicas e incluso en algunos casos, al recordarnos su utilidad, lo aumenta. Existe otro aspecto que es necesario comentar. Se trata del cumplimiento mayoritario, por no decir absoluto, de estas recomendaciones, que deberían ser obligatorias. Al igual que ocurre con las vacunas, que resultan muchísimo más eficaces cuando se administran globalmente, hasta el punto que pueden hacer desaparecer por completo el agente infeccioso, que acaba oculto en su nicho ecológico no humano, las normas higiénicas tienen un efecto global sobre el colectivo y reducen la circulación de los agentes infecciosos, que acaban por no disponer de huéspedes donde parasitar. Resulta paradójico que algunas personas entre las más vulnerables, con enfermedades respiratorias crónicas, soliciten de sus médicos una certificación para no usar la mascarilla, cuando en caso de contagiarse serán las más susceptibles de sufrir una enfermedad grave. Son escasísimas las circunstancias que impiden llevar una mascarilla y siempre debe tenerse en cuenta el bien común y utilizarlas en locales cerrados, en ambientes públicos y cuando tengamos otras personas cercanas. No es tanto para nuestro propio beneficio como para el de la comunidad, que es la que al final sufrirá las consecuencias sanitarias y económicas de la pandemia. Cambia nuestro aspecto, cambia nuestro entorno, nada permanece inalterable. Incluso nuestros "honderos" esculpidos en bronce nos recuerdan la necesidad de usar la mascarilla. Aceptemos esta circunstancia con la certeza de contribuir a un beneficio colectivo y recordemos que entre todos lograremos que esta mascarilla desechable se convierta en una alegre máscara de Carnaval.