Durante los primeros días del confinamiento, analistas económicos y políticos competían en sus previsiones sobre el impacto que la paralización forzosa de la actividad supondría para el país. La verdad es que se hicieron muchas conjeturas, y se publicaron tanto exageraciones como consideraciones a la baja. Era difícil acertar, porque nadie sabía a ciencia cierta cuánto duraría el encierro, aunque algunos acertaron al hablar de esos casi tres meses que al final nos tocó vivir entre cuatro paredes. Desde el pasado viernes, no hay excusas ya para negar la evidencia: el primer trimestre del año, con apenas quince días de confinamiento, la economía española cayó un 5,2 por ciento en relación con el año anterior, y el segundo -desde abril a junio- un 18,5 por ciento. En conjunto, las restricciones fruto del encierro provocaron una contracción de la producción de riqueza en el país cercana a un cuarto del PIB de 2019, alrededor de unos 300.000 millones de euros. Una cifra brutal, que representa más o menos el doble de lo que nos cuestan al año las pensiones de nuestros jubilados€

Eso es lo que hemos perdido hasta ahora: en toda la historia contemporánea de España no hay nada ni siquiera remotamente parecido desde el desplome que supuso la Guerra Civil del 36. Y ni siquiera tenemos el viejo consuelo del mal de muchos: somos el país industrializado al que peor le ha ido en todo el planeta. Las cifras comparadas del segundo semestre producen pasmo: con un 18,5 por ciento de caída, España está peor que Francia (13,8), Alemania (10,1), Italia (12,4), Portugal (14,1) o Estados Unidos (9,5). También en la cifra interanual (una caída del 22,1) España es el país que más ha perdido. Por regiones, Canarias está algo mejor que el Levante español y Baleares, pero los datos no pueden ser más dramáticos. La caída intertrimestral del PIB ha sido del 21 por ciento, y la interanual del 24,6 por ciento. Siendo la nuestra una economía absolutamente dependiente del turismo, las previsiones agravan aún más la situación. En los pronósticos menos pesimistas, las islas perderán a finales de este año 2020 las dos terceras partes de sus visitantes y de su facturación turística. El sector perderá cerca de los diez mil millones de euros, tras haber perdido ya la mitad de esa cifra en seis meses.

Y todo esto, suponiendo que España no tenga que enfrentarse a un nuevo confinamiento, o a medidas parciales que frenen nuestra economía no sólo en el sector comercial, turístico y de transportes (que es dónde más hemos sufrido), sino también en otros sectores.

En el mejor de los casos y a la espera de una ayuda europea que resolverá parte de los problemas de financiación de un Estado y unas administraciones enfrentadas a la peor crisis fiscal de la historia, pero no los de la inmensa mayoría de los ciudadanos, las familias y las empresas, quizá sea hora de dejarse ya de excusas y empezar a asumir que todo se ha hecho bastante mal (y eso no quiere decir que otros lo hubieran hecho mejor), y que ahora toca corregir errores. El primero, haber relajado la percepción de peligro, anunciado que la enfermedad estaba vencida, cuando no lo está en absoluto, y sigue además siendo el principal talón de Aquiles de la recuperación. Y el segundo, el disparate reiterado de insistir en una visión irrealista de nuestras opciones. Porque de esta no se va a salir sin enormes sacrificios de los que siempre pagan los platos rotos. Da asco, pero cuanto antes se asuma eso, menos salvaje y duradero será lo que venga detrás.