Mi ser humano favorito es Ágatha Ruiz de la Prada, desde que nos conocimos en pleno 1984 y nos reencontramos en el cambio de milenio. No me pierdo ninguna de sus declaraciones. Agradezco que todos los programas televisivos, incluidos Sálvame y concursos deleznables que no pienso memorizar, la incluyan en la nómina de sus invitados obligatorios. Compro religiosa y semanalmente ¡Hola! porque la diseñadora lo ha proclamado "mi BOE". Rebosa autenticidad, no acata ningún reglamento, su cuerpo se niega a envejecer pero la esencia de sus sesenta años reside en el interior. Por eso mismo, percibo que esta mujer polícroma y todo corazón habla mucho del innombrable Pedro Jota Ramírez. Demasiada familiaridad ansiosa, para presumir a continuación de detestarlo.

Ágatha y Pedro Jota son la pareja más compenetrada que he conocido. He compartido horas con esta power couple, juntos y por separado, verificando la atracción de los polos opuestos. Nacieron para ser antagonistas, pero no necesitaban ni mirarse para localizarse mutuamente. Siento recurrir al tópico de que el periodista y fabricante de gobernantes -"Aznar ataca a El Mundo porque piensa que nos debe la presidencia, y no le falta razón"- encarnaba el poder absoluto en una época de España en la que le he visto cuadrar a reyes y ministros, pero que obedecía a la diseñadora.

Ágatha'80 no hubiera elegido a Pedro Jota cuando era la musa de Francisco Umbral que acudía a los platós con el maquillaje ocular desorbitado. Tras la fusión, el periodista no solo transformó la mayor humillación sexual que puede sufrir una persona en una victoria, sino en un negocio millonario en libros como El desquite. Sin embargo, dudo de que se hubiera sobrepuesto sin la columna diamantina de su esposa, que no vacilaba un momento en levantarse a su lado de la fiesta en que un desafortunado hotelero culminaba el banquete con una mujer de color emergiendo de la tarta.

En público, Pedro Jota asumía la contención que desbordaba en sus artículos, y la felina Ágatha se abalanzaba contra quienes dudaban de su partenariado. Saltaba con una fiereza que el entonces director de El Mundo aplacó en Mallorca con una frase memorable:

-Ágatha tiene la mala costumbre de creerse todo lo que publican los periódicos.

Pedro Jota no abandonó a Ágatha, porque están condenados a compartir el escenario, ahora con ella de solista. Además, le debe un título.