El Gobierno se divide: mientras la nación especula sobre el destino del que fuera su rey, unos ministros dicen una cosa sobre su exilio al parecer (sólo al parecer) autoelegido, y otros dicen cosas distintas. Lo que sí es evidente es que toda esta operación exilio ha provocado -en el Gobierno- dos relatos muy diferentes. Uno es el de Sánchez y su gente: "Esto fue una decisión de Felipe VI, fue él quien se lo pidió a su padre, fue él quien fijó la fecha, y fue él quien consideró necesario cortar amarras con el pasado, y hacerlo definitivamente".

Puede que sea cierta esa versión, pero a me cuesta mucho creérmela. No parece que sea una decisión de rey Felipe. Más parece de la parte del Gobierno que lleva presionando al rey desde hace meses para que rompa con su padre. Ahora que eso ha ocurrido se ha abierto la caja de los truenos, y la ha abierto primero la otra parte del Gobierno, la que ha definido el cumplimiento de una instrucción recibida por el emérito como "huida".

Por lo poco que se sabe -a través del periodista Ussía, con el que Juan Carlos habló antes de salir camino de Portugal- el rey padre sigue creyendo que esta es una salida provisional, algo que durará el verano y poco más€ Una ilusión: ocurra lo que ocurra con la investigación de la Fiscalía española o de la Justicia suiza, Juan Carlos no podrá volver nunca a España. El problema de ser inviolable y disponer de inmunidad es que eso comporta también un precio: la pérdida social de la presunción de inocencia. El rey emérito, haya evadido impuestos o no, no irá a la cárcel por evadir impuestos (de hecho en este país no va a la cárcel por evadir impuestos nadie, que se sepa) pero difícilmente podrá volver a pisar las calles del país. Las dos partes del Gobierno le han sentenciado a ser para siempre el rey huído.

Este país no cambia: volvemos a despertar recurrentemente los demonios que nos consumen: porque el objetivo de esta gigantesca escandalera no es el rey que se va, es el que se queda. Después de sacar al primero, la parte de Sánchez ya sabe que la otra parte del Gobierno quiere completar la tarea. Y hacerlo pronto. No para traer esa república perfecta que la mayoría queremos, sino para dinamitar esta democracia imperfecta en la que todos vivimos, y algunos muchos medran.

Ayer (o quizá fue anteayer) la parte del Gobierno que es de Sánchez y no de Iglesias, ha descubierto lo difícil que es gobernar cuando lo que se tiene no es un acuerdo sino un apaño, cuando no se respetan las reglas, cuando las leyes no son baluarte, sino trampolín, cuando lo que se pide a los socios son votos y no coherencia.

Y aquí estamos, compartiendo memes del rey de oros, olvidando que la enfermedad se expande, que la lista de muertos suma y sigue, que la miseria nos va a durar al menos una década, que nuestros hijos vivirán pagando nuestras deudas, que este mundo en el que vivimos se calienta y agosta, que la política se pudre en casi todas partes en manos de locos, populistas, trileros y delincuentes€ y que el madero Villarejo jugaba esta partida con más de una carta bajo la boina. Por lo menos con dos: la carta de la comisionista lista y la de la pánfila militanta, la del rey golfo y burlado y la del político alfa, coleccionista de muescas. Y al final la vida es como el póker: la carta mayor siempre gana a la más chica.