Tras enterarnos por un comunicado del Palacio de la Zarzuela del desabrido adiós del rey emérito, que se marcha del país "convencido de prestar el mejor servicio a los españoles", les conté a mis hijos la opinión de Rafael, el zapatero de La Canela que, desde su píllo sentido común, recomendaba que, para, asegurar el más corto recorrido de una noticia, insidia o maledicencia lo más útil, y conveniente, era soltarla en lunes, el día de descanso de los remendones, con bien ganada y antigua fama de deslenguados.

Pasamos media tarde, comprobando los grados de calor de la despedida y los metros de distancia con el monarca en retirada; ganamos, algo es algo, que los opinadores de guardia cambiaran el chip y, por un rato, se olvidaran de culpar a tirios o troyanos de los más de quinientos rebrotes del coronavirus en doce provincias -cien mil casos en Cataluña- y en una grave fase ascendente.

En medio de la hoguera provocada por las claras e indecentes revelaciones de la locuaz Corinna Larsen al encarcelado comisario Villarejo, filtradas y publicadas con una metodología implacable para la eficacia del escándalo, la Casa Real anunció la retirada de la asignación de Juan Carlos I -unos doscientos mil euros anuales- y su hijo y sucesor renunció a la herencia que pudiera corresponderle como beneficiario de las fundaciones Zagatka y Lucum, la última investigada por recibir cien millones de dólares de Arabia Saudí, como supuesta comisión por la construcción por un grupo de empresas españolas del Ave a La Meca, para muchos profetas, sabios o consentidores la punta de un iceberg de cuarenta años que nadie vio ni mucho menos verbalizó.

La sonada y rotunda desvinculación de Felipe VI de los negocios y manejos de su padre se oficializó mediado marzo, apenas unas horas después del confinamiento general por la propagación del Covid-19. Y el miedo sin paliativos distrajo o, al menos, atenuó la aparición y explosión de otros sentimientos. Desde entonces transcurrieron ciento cuarenta días sin que hayan cesado las revelaciones, las censuras acres y las tímidas disculpas de quienes fueron, en las horas gordas, serviles cortesanos. El 16 de marzo, la fecha de la ruptura, fue lunes, una mera casualidad.