Es evidente que la actual crisis sanitaria que padecemos ha cambiado los hábitos sociales, laborales y de ocio de la inmensa mayoría de las personas. Al convertirse el Covid-19 en una pandemia global, sus consecuencias y efectos han sido de iguales dimensiones. De hecho, algunos analistas lo han considerado como «uno de los acontecimientos más delicados de la modernidad», que ha afectado, no sólo a la salud de millones de personas, sino a la solvencia económica a la mayoría de los sectores productivos, y muy especialmente al sector terciario, que para Canarias viene a constituir casi el 75 % de su economía.

Si analizamos este suceso —del cual aún desconocemos cómo y cuándo saldremos y en qué condiciones lo haremos—, con cierto rigor y objetividad, llegaremos a la triste conclusión de que esta pandemia ha arruinado en pocos meses nuestro liderazgo turístico y ha sombreado nuestros proyectos de futuro; que, en el caso de Canarias, transitaba hacia un modelo de calidad y excelencia del que comenzábamos a recibir buenos frutos; con una planta alojativa renovada y con la construcción de hoteles y resorts considerados y premiados internacionalmente.

Pero dadas las actuales circunstancias sanitarias, y hasta que no se encuentre una vacuna efectiva, las prioridades han cambiado por completo: ahora, tanto para las personas como para las empresas, el objetivo inmediato es obtener un aval de seguridad que dote a nuestras islas de una imagen segura ante el Covid-19; que solo será efectiva si se lleva a cabo de una manera coordinada entre la administración, los empresarios y los ciudadanos que, de una manera responsable y solidaria, entiendan que nuestro futuro económico inmediato depende del hecho der ser capaces de transmitir de manera eficaz y creíble una oferta turística arropada por las medidas preventivas y sanitarias necesarias como para poder aislar, controlar y frenar cualquier brote del virus que pueda producirse en los próximos meses.

Pero el verdadero problema de Canarias en estos momentos es que todos sus esfuerzos por mantener a raya al virus se ven frutados porque dependemos de un gobierno sicialcomunista y de sus socios nacionalistas que, junto a sus múltiples palmeros mediáticos, parecen estar más pendiente de aplaudir y arropar con júbilo y alborozo a su líder por el supuesto éxito obtenido en la negociación ante Bruselas de los fondos obtenidos para España, que de combatir los nuevos rebrotes que se están produciendo por algunas territorios de la España peninsular, que no insular —debido en un 70 % al ocio nocturno y a los botellones y a la irresponsabilidad de una juventud que se cree libre de contraer el virus— lo que está produciendo un retroceso, no sólo desde un punto de vista de la salud pública, sino desde un aspecto económico que apenas si comenzaba a despertar.

Para Canarias el hecho de que este gobierno no haya sido capaz de mantener una mínima coherencia en su defensa de los intereses de sus ciudadanos y, muy especialmente del sector turístico, ha sido un varapalo sin paliativos. ¿Cómo vamos a criticar al primer ministro inglés, si los responsables políticos y sanitarios españoles no se ponen de acuerdo en su discurso sobre la evolución de la pandemia? Ahora resulta que mientras en Canarias los políticos y empresarios se encuentran preocupados porque la falta de visitantes británicos puede abocar al cierre de los hoteles y, por consiguiente, puede destruir más de 100.000 empleos, alcanzando con un 21,5 % de paro la tasa más alta de España, pues viene el inefable Simón y dice que se alegra de que no vengan turistas a España ya que su presencia es un riesgo que nos quitan.

Menos mal que la Mesa del Turismo ha reclamado el cese inmediato del epidemiólogo de cabecera de Sánchez, lo que viene a suponer, siguiendo la trayectoria del ínclito presidente que padecemos, que lo ascenderá a ministro o a cualquier otro cargo que se le ocurra. Por cierto, en Canarias ganó el PSOE y, según las encuestas, siguen subiendo en intención de voto. Pues, ajo y agua, que dice el refrán.

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