La crisis de salud provocada por el virus llamado Covid-19 es una realidad más de las muchas, graves y menos graves, que pueden sobrevenir en la vida humana de cualquier época. Pero la excusa del pánico que los ansiosos del poder exhiben para empobrecer moral y económicamente a los ciudadanos es, simplemente, inaceptable. Un empobrecimiento que es económico porque viene abonado por una debilidad moral inducida, y que tiene como resultado el poder exaltado de políticos que no tienen ni más inteligencia ni mejor fibra ética que la parte más baja del espectro humano. La salud es lo primero, pero antes de alcanzarla hay que producirla con libre investigación, libre empresa y prosperidad. En nuestra pobreza inducida por el parón económico solo medran los ideólogos de la pobreza. Les resulta tan necesario empobrecernos para aumentar inmerecidamente su poder como cualquier ciudadano decente precisa de su propia decencia, de su casa y de su trabajo. El problema es que su poder y nuestra prosperidad son magnitudes inversamente proporcionales. No es cierto que haya que buscar la ruina económica de un país y alcanzar la dependencia general de las dádivas de un gobierno endeudado para vencer la pandemia. Los datos de muertes por cada 100.000 habitantes arrojan la reveladora realidad de que las diferentes estrategias de combate de la pandemia no han tenido un resultado determinante para frenar el avance letal del virus. Es más, parece que, incluso, aquellas naciones cuyos gobiernos fueron más destructivos para la economía y la vida social han cosechado peores resultados. Por ejemplo, España, donde el ministro de Sanidad, sr. Illa, presumía hace dos días de que nuestro país fue el más radical en el confinamiento y, algo de lo que en verdad no debería enorgullecernos, el más sumiso del Viejo Continente. Los datos a día 8 de julio dejan claro que los tres países con mayor mortalidad por Covid-19 del mundo son Bélgica (85,49 muertes por cada 100.000 habitantes), Reino Unido (66,92) y, en tercer lugar, España, con 60,67 muertes por cada 100.000 habitantes. ¿Podemos presumir de disciplina social? No. Seguir adheridos con miedo a soluciones que destruyen la vida económica sin resultados sanitarios, no es para estar orgullosos. Y si vemos que los EEUU están en séptima posición mundial con 40,24 y Brasil en la duodécima, con 31,86 después de las críticas, risas y burlas de la opinión pública española contra sus respectivos gobiernos, pues evidentemente lo que a uno le quedan por los suelos son el orgullo por su gobierno y por demasiados compatriotas dóciles. Es todo esto tan claro que no habría más que decir para nadie, pero la dinámica de los grandes grupos mediáticos, especialmente de televisión, alentando la desinformación más cerril, ha surtido su efecto. Desinformación fue la que hubo acerca de los que en España han muerto y sobre lo maravillosa que es la docilidad y la aceptación sin críticas de todo lo que estos gobernantes que tenemos nos dijeron, dicen y pretenderán aún decirnos. Han operado en todo este tiempo todas las consignas más destructivas de la vida social y económica que se han podido extraer del manual del buen revolucionario: "el Estado debe protegernos", seguida de "el gobierno sabe lo que hace" y del falso "los ciudadanos son siempre sospechosos de desobediencia". No es momento de desmontar la realidad de que el primer aserto no se cumple en casi ninguna circunstancia histórica, pero derivar de éste que cualquier gobierno es más sabio que sus ciudadanos si es español y de izquierdas, parece desacreditado por los datos actuales de la pandemia y los de la economía. Los siguientes pasos del aprovechamiento político, en la más nefasta tradición revolucionaria e izquierdista, fueron legislar sin el parlamento, aplicar la censura retrógrada a periodistas y ciudadanos libres que siguen siendo libres mal que les pese a estos mediocres gobernantes y lanzar la reaccionaria idea de que todos debemos vivir del Estado. Como ya es habitual, olvidan interesadamente que siempre, siempre, siempre, un gobierno tiene solamente el dinero que sus ciudadanos y empresas han producido con libre comercio, trabajo y ejerciendo sus derechos de propiedad.