Me pregunto si Platón no será la siguiente víctima de la furia censora del movimiento que voy a denominar "cancelación". Entonces habría que borrarle del fresco La Escuela de Atenas, donde ocupa un espacio central. Platón, un filósofo que identificaba belleza, virtud y verdad. La vida no vale la pena vivirla en un cuerpo corrupto y deforme, llegó a afirmar en la voz inventada de Sócrates. Aristóteles, con quien preside la escuela, fue un poco más allá cuando pide que se deje morir a los niños si tienen algún defecto de nacimiento. Dos figuras principales en la conformación del pensamiento occidental, quizá corrupto desde dentro porque se funda en la idea de perfección. Pero quién sabe si, precisamente por esa postura censora, Platón se pudiera convertir en el referente, en la guía segura de esa cirugía histórica. Porque el filósofo proponía instaurar una fiera censura de las lecturas, descartando todas aquellas que atentaran contra alguno de sus principios. Que en el teatro los personajes representaran vicios o pasiones prohibidas era un riesgo porque el actor que las encarnaba se corrompería. Los niños deberían aprender a leer solo en textos edificantes, los suyos especialmente. Su idea de cómo gobernar la ciudad es la del dictador, quien, como todos, dice saber qué necesitan los ciudadanos que ignoran lo que es bueno para ellos.

Platón, como tantos, no era un hombre de una sola pieza, en él convivían lo que hoy vemos como contradicciones, no sé si él mismo las apreciaba. No me importa; de él, o de lo poco que sé de él, tomo lo que para mí es bueno. Que despreciara a otros pensadores, como Antístenes, con quien convivió, no le quita sus méritos. Este argumentaba peor, pero, como dice Eduardo Infante, su escuela, los cínicos, se preocupaba de asuntos prácticos y qué más práctico que conducir la propia vida. Y nos avisan, quizá como una advertencia a modelos de enseñanza que impera aún: ¿qué utilidad tiene una educación que llena la memoria, pero deja vacíos el entendimiento y el corazón?

La exclusión de los deformes aparece también en el Levítico cuando Dios habla a Moisés: "Ninguno de tus descendientes por sus generaciones, que tenga algún defecto, se acercará para ofrecer el pan de su Dios. Porque ningún varón en el cual haya defecto se acercará; varón ciego, o cojo, o mutilado, o sobrado, o varón que tenga quebradura de pie o rotura de mano, "o jorobado, o enano, o que tenga nube en el ojo, o que tenga sarna, o empeine, o testículo magullado". O sea, que no solo él, además sus descendientes. Qué mejor razón para la eugenesia que practicaba Hitler. Y como uno se contradice también ellas. Basta recordar las bienaventuranzas, tan amadas por Tagore, la primera prédica de Cristo.

Antes de Cristo, otros filósofos tuvieron una actitud diferente. El principal, o el más conocido, fue Zhuangzi, una de las luminarias del taoísmo o el camino. Vivió en el IV antes de nuestra era; siguió la idea de LaoTse. Este último predica que uno debe encontrar dentro de sí el camino mediante un proceso de desaprendizaje y liberación de los lazos con la sociedad y sus convenciones. Mientras Confucio, su contemporáneo, proponía que el estudiante se implicara en la sociedad para transformarla. Los primeros: cámbiate a ti mismo y cambiará la sociedad. Los segundos: para cambiarte a ti mismo ayuda a cambiar la sociedad. Ese debate aún está hoy presente.

Zhuanzi nos habla de un hombre deforme: "Su barbilla se hunde en el vientre, sus hombros por encima de la cabeza, cola de cerdo apuntando al cielo, sus cinco órganos en lo alto, sus muslos apretados contra las costillas". A pesar de ser defectuoso, de no representar la belleza y el equilibrio, se ganaba bien la vida con la aguja y el dedal. Había encontrado su lugar en este mundo: precisamente por su singularidad señala el filósofo. Zhuangzi, lo mismo que Antístenes, deploraba la acumulación de conocimiento e incluso la aplicación de la razón, tan querida de los griegos que nos iluminan. Señala la limitación del lenguaje, herramienta de la razón y de la formulación de juicios. Parece que se adelanta a Wittgenstein. Su recomendación es mantener el equilibrio entre control (atención centrada en el objeto) y dejarse ir o perderse en la tarea para poder responder a los cambios o dificultades.

Durante siglos se impuso un canon, una única forma de ser, física, emocional, sexual y espiritualmente. Los diferentes, si sobrevivían, tenían bien que ocultarse o ocuparse de oficios despreciables o vivir de la caridad. Su forma de ser se interpretaba como un error de la naturaleza, del ideal platónico o de la imagen y semejanza. No en vano algunas inclinaciones sexuales se denominaban contra natura. Estamos superando esa visión excluyente. Pero aún, durante esta pandemia, en algunos lugares se valoró como un obstáculo para recibir cuidados intensivos la presencia de minusvalías.

Hombre soy, nada humano me es ajeno. Lo dice Terencio en boca de Cremes para excusar su intromisión en asuntos ajenos. Podría servir para comprender, y aceptar si procede, a los otros.