¿Lloverá sobre mojado, o la lluvia de fondos procedentes de Europa para combatir los efectos económicos del coronavirus caerá en terreno sembrado que haga germinar la cosecha? Esta es la cuestión, la duda, el empeño, que ha de guiarnos para convertir en oportunidades los destrozos provocados por esta dichosa pandemia, porque más allá del momento histórico que celebramos, lo verdaderamente histórico será el modo en que seamos capaces de aprovechar esos recursos.

No hace falta insistir en lo excepcional, lo positivo, de la respuesta europea ante la crisis, no solo por la envergadura sin precedentes de los estímulos movilizados, sino porque Europa ha logrado salir de la parálisis y reaccionar dando un gran paso hacia delante en un momento muy incierto y decisivo.

Ante una situación tan excepcional, y de tales riesgos, el helicóptero de Friedman se ha puesto a descargar dinero y la cuestión ahora es si acertaremos a utilizarlo. En algunas regiones se han escrito páginas destacadas de una especie de guía para derrochar recursos y, para no repetir la experiencia, convendría tener en cuenta algunas cuestiones como las siguientes.

Lo primero que hará falta es disponer de alguna estimación, que los gobiernos deberían proporcionarnos, de la magnitud del descalabro, para tratar de afrontar la factura, restaurar los destrozos y atender las nuevas necesidades generadas por la pandemia. Convendría tener en cuenta que, con ser extraordinaria, la aportación del nuevo fondo europeo supone un estímulo del 11% del PIB en varios ejercicios, lo mismo que se prevé que se ha destruido en un solo año.

Segundo. Además de reparar los daños, el objetivo no puede ser otro que la recuperación y el asentamiento de nuevas bases para el crecimiento. A eso debería dirigirse principalmente el fondo recientemente aprobado por la UE, cuyo carácter responde más a las características de las políticas de oferta y de reformas estructurales a medio plazo que a una política de estímulo de la demanda a corto plazo. En eso se juega buena parte de nuestro futuro y el dilema entre que un programa denominado Next Generation se convierta en una oportunidad o, paradójicamente, en una grave hipoteca para las generaciones venideras.

Tercero. Esos fondos no deben ser para repartir sino para utilizar con rigor y selectivamente, no han de diluirse en gasto sino canalizarse a inversión, deben utilizarse con racionalidad y eficacia y han de responder no solo a una lógica distributiva (con el Estado convertido en una gran compañía de seguros), sino creativa y de generación de riqueza, avanzando en reformas profundas de nuestro sistema productivo y servicios públicos. De eso dependerá que caminemos hacia una economía subsidiada o hacia una economía competitiva, renovada y con nuevas bases para el crecimiento.

Cuarto. Resulta fundamental que la dotación de los fondos europeos cuenten con el adecuado acompañamiento de los presupuestos nacional y regional, que las políticas económicas se encuentren alineadas con las europeas y alejadas de las tentaciones populistas y que seamos capaces de generar y disponer de proyectos solventes.

Quinto. Para que no tengamos que ponernos rojos en el futuro, conviene que ampliemos la gama hacia los nuevos colores de la economía, desde el negro o el marrón actual al azul, al platino (de la economía de las canas), al verde de la economía circular y ambiental y a un decidido e intenso impulso de una digitalización que alcance tanto al sistema productivo y empresarial como a los servicios públicos, muy particularmente en la sanidad y la educación.

Sexto. Entre las luces del histórico acuerdo europeo, hay dos significativas zonas de penumbra, la merma en los fondos de la transición justa y el programa Horizon de I+D, que resultan preocupantes tanto por su incidencia como porque son reveladores de los ámbitos en que, frente a la retórica de los enunciados, se comienzan por aplicar los recortes.

Séptimo. Uno de los indicadores del éxito en la utilización de los fondos europeos, a mi modo de ver, será su capacidad de arrastre y de generar efectos tractores e implicar a la iniciativa privada en proyectos modernizadores. De no ser así, esos fondos resultarán insuficientes para la envergadura de la tarea que se afronta y expresarán que no se habrá conseguido utilizarlos con la debida eficacia.

Octavo. Para muchas regiones, esta es una oportunidad irrepetible, que no podemos permitirnos desperdiciar. Para conseguirlo no valen ya los discursos simplistas, las visiones de siempre, las posiciones ancladas y resistentes. Hace falta consistencia y no palabrería, hechos y no solo gestos, visiones globales, ideas emergentes, propuestas solventes y proyectos en los que confiar y tomar en serio. Por suerte en nuestra región tenemos bastante de eso, aunque no es lo que domina en una escena pública en la que deben ocupar mayor relieve, presencia y protagonismo esos sectores emergentes.

Noveno. Es evidente que lo ambiental y lo digital componen los dos pilares fundamentales de la estrategia europea, a los que una economía como la canaria no debería tener dificultades para sumarse si acierta a impulsar el sector de innovación y nuevas tecnologías existente en la región, a aprovechar la vuelta a algunos de los esenciales de la industria a los que nos ha conducido la pandemia, a explotar el potencial agroalimentario, las ventajas de la imagen de un turismo saludable o a las capacidades de nuestra cultura y patrimonio y de nuestros creadores.

Décimo. Para el día después, cuando lleguen los ajustes, nos encontraremos, eso sí, con un masivo endeudamiento (el global supone ya más del 320% del PIB mundial) que hará más vulnerable la recuperación y del que solo podremos salir si utilizamos los fondos con un rigor que agradezco a los estigmatizados holandeses y si somos capaces de dar con la clave de que la economía crezca más de lo que lo ha hecho la deuda.

(*)_Catedrático de Economía Aplicada