La primera vez que consulté el archivo de la Santa Inquisición de Canarias apareció mi primer apellido. Era un legajo bien conservado del fantástico Museo Canario, más concretamente, un acta del siglo XVII del Fondo General y Colección Bute por una acusación a una señora de apellido exactamente igual al mío que supuestamente ejercía la brujería. La denuncia se formuló al comisario de Buenavista, citando a diferentes testigos que declararon que efectivamente la señora Febles era una bruja. Desde 1800 seguimos contando las películas sin verlas. Fue a finales del siglo XV cuando se registran las primeras denuncias de hechicería. Unos años más tarde se empezó a hablar de brujería tras la aparición en Las Palmas de varios cadáveres de jóvenes que habían fallecido tras haber sido supuestamente chupados por brujas, actos que por su crueldad sólo podían ser atribuidos a las hechiceras. Nunca sabremos si realmente era culpable o inocente, porque con la Inquisición pasaba lo que actualmente ocurre con el Facebook, que ejercemos de Torquemada aplicando justicia a golpe de hoguera, convirtiendo los rumores en certezas y las fake news en dogmas. El odio se extiende y se camufla en la red entre iguales. Ya no es una lucha de clases ni de sexos. La discriminación étnica, la xenofobia y el racismo ha alcanzado unos niveles exagerados y peligrosos donde se abre la puerta a la impunidad. Alberto es un buen tipo. Es camarero en la cafetería donde suelo ir a desayunar los fines de semana. Un tío amable y simpático que me pidió amistad por Facebook. No llega a los mil euros al mes y entre cortado y cortado te cuenta con gracia pintoresca lo complicado de pagar las deudas y llegar a fin de mes. Sus últimas publicaciones versaban sobre el campeonato del Real Madrid y la caña a Fernando Simón por acogerse al Estatuto de los Trabajadores y pillar unos días de vacaciones. La llegada de una patera hace unas semanas a las costas de Tenerife abrió la caza al inmigrante en una contienda a balazos. "Nos invaden"; "los negritos nos van a pegar a todos el coronavirus"; "estamos apurados y ahora el Gobierno a darle ayudas para que vivan como reyes". Como una jauría, Roberto, el mecánico con el siempre coincidía a la hora del café, y Margarita, la dueña de la zapatería, secundaron el odio en redes con reflexiones tan sólidas y coherentes como las que, atónito, leía: "Otros que vienen de crucero"; "aquí hace falta que gobierne un tío como el Abascal ese para que esta gente no venga más"; "luego los ves sin mascarillas contagiando a todo el mundo". Es curioso cómo se castiga entre vulnerables. Impartieron su justicia en el patio de las vanidades que se ha convertido Facebook. Los tribunales de la inquisición intentaban siempre que los actos fueran públicos. Los acusados, ya fueran los condenados a muerte o únicamente los penados con vergüenza pública, tenían que ser vistos entre la multitud, como ocurre en la cada vez mayor costumbre de compartir noticias falsas e insultar desde el desconocimiento. A manera de los autos de fe, la red social te da la posibilidad de hacer partícipe a la comunidad de estos actos, para que te quede claro que nadie tiene derecho a una vida mejor. El Tribunal estaba repleto de incongruencias que evidenciaban la simpleza de su sentido. Ahora el Facebook da visibilidad a los mismos que juzgan a migrantes, mientras comparten los últimos datos del Euribor y los éxitos del empresario de turno que los condena a la explotación y a cobrar menos del sueldo mínimo. Pero así son los inquisidores, que, sin saberlo, luchan contra la herejía de un mundo algo más solidario y justo. Su publicación tenía 90 Me gusta y 25 comentarios. Al día siguiente pedí un cortado y un bocadillo. Todo seguía igual y nadie iba a cambiar a Alberto, Roberto o Margarita. Las pateras seguían llegando. También los que pueden permitirse unas vacaciones en clase preferente.

@luisfeblesc