Toda pasión no conquistada se convierte en víctima de ella misma. Las obsesiones son malas; sí, tienen el inconveniente de que ellas mismas forman parte de su propia farsa. Al amparo de ellas estamos todos. Sin embargo, muchos piensan, que solo los trastornados tienen conductas incoherentes. ¡Qué de cuerdos son manifestación teatral ordenando a diario sus máscaras!

Nuestro día a día es un escenario peculiar en el que se alternan muchos gestos. En suma, nuestra manera de gestionar el yo es el inicio de todas las variaciones de nuestro carácter. Nos hemos familiarizado con la idea de mirar las redes sociales de otros y semejante afán nos está llevando por el camino de la obsesión. ¿Han pensado en la cantidad de personas que se recrean viendo sus vidas? Seguro que más de las que ustedes piensan... La soledad, mal gestionada, puede ser el énfasis de muchas fijaciones. A decir verdad (sonrío) el asunto no tiene concreción: solos y acompañados cojean del mismo pie. Tengan presente que mientras ustedes están compartiendo sus fotografías, otros al verlas están elevando la cólera e incluso la envidia. Aunque también puede darse el caso de los enamoramientos platónicos y sin saberlo estar situado en el punto de mira de un obsesivo/a. La seducción en una persona equilibrada es cosa de dos. En Internet es cosa de unos megas y un perfil en una red social. ¡Qué de personas desdeñan su locura detrás de una pantalla!

Igual es el momento (opinión subjetiva) de vivir las cosas para nosotros mismos y dejar de compartir todo lo que hacemos. En definitiva, a la gloria se llega por el camino del anonimato, sí, el mismo que nos obliga a proclamar a los cuatro vientos lo que hacemos o lo que dejamos de hacer.