El Día de Santiago sacudió a sus fieles con un golpe mortal al sector turístico, asestado por el Reino Unido con la suspensión de sus vuelos a destinos españoles y una cuarentena obligatoria de catorce días a los viajeros que hayan visitado nuestro territorio.

Con la prisa por salir del agujero, conjugar nuevos verbos, digamos desescalar, los celos autonómicos en la cogobernanza y competencias sanitarias y las irresponsabilidades personales y grupales, anticipamos la aparición de la segunda ola al verano cuando las previsiones técnicas la anunciaron, olé por el acierto, para el próximo otoño, estación en la que seguramente tampoco nos ahorraremos las sorpresas.

Con el mapa manchado por los temibles rebrotes -con alta gravedad en Aragón y Cataluña- las comunidades ponen en valor sus activos y Valencia y Andalucía, entre otras, proclaman que sus incidencias pandémicas son inferiores a las de la propia área británica. Por unas horas, Baleares y Canarias fueron primadas por la TUI y la Jet2, que anunciaron la continuidad de los servicios contratados pero, horas después, nuestro gozo en un pozo, ambos archipiélagos se incluyeron en la proscripción del gobierno británico.

Las malas reglas -y ésta lo es- no admiten buenas excepciones. Entre el colapso y sobresalto, las quejas de hoteleros y trabajadores y los tiras y aflojas de las administraciones dejan poco resquicio a la esperanza que, ahora, sólo apunta a las vacunas y los tratamientos con un horizonte temporal indefinido. Así pues, a la espera de los palos, toca aumentar y hacer más rigurosos y eficaces los controles en los sectores juveniles, los círculos familiares y los temporeros agrícolas, cuyas precarias condiciones de trabajo y vida se conocieron por la tragedia.

Aquí y ahora, los apoyos de los portavoces de la cuestionada OMS resultan intentos desesperados y extemporáneos, sin otra validez que la buena voluntad. Así, mientras el epidemiólogo irlandés Michael Ryan declaraba que "por sus medios de detección y atención, la situación de España es infinitamente mejor a la que registraba en la primavera", las autoridades buscaban suavizar el castigo, injusto en tantas áreas, sonaban también los delirios histéricos de quienes llamaban a la reconquista de Gibraltar.