Los hoteleros más esperanzados pensaban que podía salvarse la segunda mitad del año con turismo interior y alrededor de un 50% del turismo británico que llegó el año pasado a Canarias. No será así. Ayer fue un día amargo y larguísimo para los empresarios del sector, las organizaciones empresariales, el Gobierno autonómico y la mayoría de los cabildos. Y lo que más circulaba era el pánico. No la desconfianza, ni el temor, ni la inseguridad: pánico. Por supuesto el presidente Ángel Víctor Torres lanzó la frase truculenta de la jornada, una metáfora un poco confusa: "Sin turismo a Canarias se la comerá el hambre". Es realmente curioso. Desde el pasado marzo las hemerotecas registran frases cataclismáticas de Torres que, sin embargo, han sido perfectamente compatibles con un optimismo entre irracional y naif. Cualquiera puede recordar que el presidente auguró que en junio se reiniciaría la actividad turística en las islas. ¿Y lo del proyecto Canarias Fortaleza? Ya saben, eso de que la buena situación sanitaria del archipiélago se convertiría en una fortaleza del sistema turístico canario para visitantes y residentes extranjeros. Visto lo visto los cerca de siete millones de euros destinados a promocionar las excelencias sanitarias en Canarias no han servido para mucho. Además de imponer la cuarentena de regreso a casa para sus ciudadanos, el Gobierno británico desaconsejó ayer viajar a España, incluyendo sus dos archipiélagos turísticos. Lo más listos explican que es una reacción irracional "porque en Gran Bretaña se pueden contagiar más fácilmente que en España, donde la epidemia está más y mejor controlada". Bueno, es que se trata precisamente de eso: una pandemia mundial no es el mejor momento para esperar comportamientos racionales. Y en segundo lugar, oh listillos, admitir que en Gran Bretaña la tasa de contagios es más alta es aceptar, igualmente, el riesgo que supone que turistas británicos infectados, pero asintomáticos, ayuden a la extensión de la enfermedad en España.

La responsabilidad directa en esta situación espeluznante se encuentra en la ausencia de una activa y diligente diplomacia económica del Gobierno español en la industria turística europea, que es uno de los pulmones de desarrollo económico del país. Ciertamente el Gobierno de Pedro Sánchez debe enfrentarse a múltiples frentes, pero la propia supervivencia de la oferta turística española demandaba tanto un plan estratégico, con atención específica a Canarias y Baleares, como una diplomacia económica más activa tanto en Bruselas como en los principales países emisores turísticos, con el Reino Unido a la cabeza. Curiosamente la tesis doctoral del presidente Sánchez versa sobre la evolución de la diplomacia económica española en los últimos años, y en su prefacio ensaya una definición muy corriente: la diplomacia económica es "el uso de la influencia política que tienen los Estados para favorecer sus intereses económicos en los mercados internacionales".

Si finalmente no llega el turismo británico lo vamos a pasar mal. Muy mal. Rematadamente mal. Si no existen señales de una recuperación turística, por modesta y paulatina que sea, Canarias es un país económicamente inviable cuya cohesión social y territorial saltará por los aires, y se transformará en un problema de Estado potencialmente explosivo, algo que cabe imaginar que Sánchez y sus ministros siguen ignorando. Estamos alongados al borde del abismo.